“Fulanitx, a la pizarra”. Seguramente esta frase está grabada a fuego en algún lugar de tu memoria, incluso, hay personas que todavía tienen pesadillas con ese momento. Era el temido momento de la clase de matemáticas, la más odiada por generaciones y generaciones de estudiantes. Ese sudor frío, la mirada inquisitorial del profesor y la mofa continua de los compañeros. Pocas experiencias pueden ser tan humillantes en la infancia de un estudiante como salir a la pizarra y demostrar que no tiene ni idea de lo que está haciendo. Para algunxs, una experiencia así podía llevarles a un bloqueo y a un rechazo de la asignatura hasta un punto de no retorno: sencillamente muchos daban por hecho que sería una de las que iba a suspender.
Luego, en la edad adulta, a nadie le da reparo reconocer que “era malísimo en matemáticas”. Es casi como un mantra que nos hemos repetido para superar el trauma pero que, en realidad, encierra algo mucho más complejo. Según un reciente artículo publicado en la BBC, el presidente del Barnard College de Nueva York, Ian Beilock, aseguró que el problema de miles de adultos no tiene nada que ver con la incapacidad intrínseca de sus cerebros para las matemáticas, sino con un factor psicológico difícil de superar. "A este problema lo llamaría ansiedad matemática. Cuando estamos haciendo unos cálculos matemáticos, nuestra mente trata de enfocarse en ellos, pero a la vez puede estar resistiéndose y diciéndose a sí misma que no serás capaz de realizarlos. Esta dualidad entre tratar de hacerlos y pensar que uno no es capaz de resolverlos es lo que produce la ansiedad matemática. Nuestra capacidad de atención es limitada”, explicó, un reciente artículo publicado en la BBC.
Para llegar a tal conclusión, el científico llevó a cabo un estudio en niños entre los cinco y los ocho años concluyendo que esta ansiedad podía llevar a que los alumnos no fueran capaces de tener una comprensión real de algunas de las nociones básicas de las matemáticas impidiéndoles completamente progresar en el futuro. "Las matemáticas son fundamentales. Si pierde una idea determinada, es más difícil aprender la siguiente. De esa manera, parece que te quedarás atrás. Es natural sentir ansiedad al respecto”, apuntó Beilock. Sin embargo, la idea de este científico no es nueva. En 1953 la matemática Mary de Lellis acuñó el término ‘matefobia’ para describir lo que ella consideró “el pánico, desasosiego, parálisis y caos mental que se produce cuando a alguien se le exige resolver un problema matemático”.
En sus teorías la matemática ya relacionaba claramente este síndrome con la calidad del profesorado y las primeras experiencias de los alumnos, pero el vínculo definitivo fue establecido por los estudios dirigidos por la psicóloga Darcy Hallet de la Memorial University of Newfoundland, en Canadá, que demostró que aquellos alumnos cuyo primer contacto con las matemáticas se producía a través de profesores iracundos o frustrados tenían muchas más posibilidades de desarrollar una ansiedad hacia las matemáticas a medida que esa incomodidad les hacía más y más difícil seguir el ritmo de la asignatura. Este proceso de ir quedándose atrás y con ello aumentar la ansiedad y el rechazo a las matemáticas podía eternizarse hasta convertirse en abandono. Es por ello que el experto noruego Einar Skaalvik cree que el problema es consecuencia directa de una manera equivocada de enseñar matemáticas en Occidente.
"Mis investigaciones muestran que los estudiantes con ansiedad matemática tienen miedo a quedar mal frente a los demás, por lo que no hacen preguntas. Los profesores tendrían que enfatizar continuamente que los errores son parte del proceso de aprendizaje. La manera de actuar de los colegios tampoco es la acertada, pues parecen indicar que las calificaciones son lo único que importa frente a los avances individuales", aseguró el investigador de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. En este sentido, los nórdicos apoyan métodos educativos como los aplicados en Singapur, país que líder los rankings en desempeño de sus estudiantes en matemáticas. Como explica, el país asiático emplea un enfoque muy visual a la disciplina empleando objetos, imágenes y animaciones para representar las ideas. Además, los profesores no son inquisidores sino que incentivan el debate y fomentan que los alumnos tengan autonomía a la hora de resolver los problemas.
Los métodos asiáticos para enseñar matemáticas ya están siendo copiados por escuelas de Occidente logrando resultados muy positivos. Combatir la ansiedad asociada al aprendizaje es también proporcionar herramientas a los estudiantes para que puedan desempeñarse en sus futuras profesiones sin tener que sentir que van a fracasar o ser humillados si cometen errores.
Pese a tener un sistema de enseñanza de las matemáticas que se ha demostrado mucho más eficaz, los estudiantes asiáticos sufren mucha más presión por la competitividad extrema que hay en sus países. Parece que lo de hacer que los estudios sean algo tortuoso es algo global que debería dejar de existir. Cada vez más, la parte psicológica del aprendizaje está siendo tomada en cuenta y quizá en un futuro las matemáticas dejen de ser la asignatura más odiada para ser una de las más estimulantes por el reto continuo que plantean. Solo así podrá verse el verdadero potencial de cada estudiante para la materia y, aunque es evidente que no todo el mundo ganará la Medalla Fields el Nobel de las matemáticas, lograr reducir el número de personas con aversión a las matemáticas será todo un logro para un sistema educativo que tiene mucho que aprender de otras formas de ver el mundo.