La mayor diferencia entre el cine y la vida real es que la segunda no tiene banda sonora. No existen ritmos poderosos para hacernos saber que toca correr y saltar, ni música irónica que nos indique que lo que estamos viviendo es un chiste. Sin embargo, tal vez la ausencia más destacada sea el piano triste y lánguido que no aparece cuando estamos chafados: esas notas azules y melancólicas que contrapuntean los momentos más bajos de los protagonistas de una película se encuentran ausentes.
Igual por eso sustituimos la ausencia de un compositor por la presencia de unos cascos a escasos milímetros de la oreja. Un simple click en el botón de play y ganamos acceso inmediato a un torrente de canciones lacrimógenas que casan con nuestro estado de ánimo, reafirmando nuestro dolor sumergiéndonos en una piscina ajena, más hondo cada vez. Pero, una pregunta chisporrotea en el fondo de nuestra cabeza: ¿estaremos haciéndolo mal? ¿No sería mejor escuchar canciones positivas y tropicales para levantar el ánimo?
La música: nuestro regulador emocional
El profesor Julián Céspedes Guevara, doctor en Psicología de la Música por la Universidad de Sheffield, nos puede aportar algo de luz en el asunto. Lo primero que nos comenta es tener en cuenta una constatación evidente: "todos los que escuchamos música la usamos, de forma consciente o inconsciente, para regularnos emocionalmente". Dicho de otro modo, escuchamos determinadas canciones como respuesta a determinados estados de ánimo.
Aun así, lo cierto es que los avances científicos no han llegado a responder exactamente por qué se produce esa identificación tan poderosa entre nuestra mente y la música. “Hay quien concluye que al escuchar un tema musical, aunque sea instrumental, de algún modo estamos percibiendo a otro ser humano con el que generamos empatía”, apunta Céspedes. Por tanto la canción se vuelve, en cierto sentido, un amigo que te escucha: proyectamos nuestro interior en la música que escuchamos.
Hay que tener en cuenta que, según han descubierto los psicoterapeutas, conseguir poner nombre a tus sentimientos reduce mucho la angustia y el malestar. Basándose este razonamiento, prosigue Céspedes, lo que haríamos al escuchar música como respuesta a una emoción es utilizar la narrativa y la melodía de la canción para decir. “¡Exacto, así es como yo me siento! Ese vacío del que habla el cantante es exactamente lo que me pasa”, dice más de un@ al escuchar esa melodía bajonera que, paradójicamente, le reconforta.
¿Música triste para acompañar la tristeza?
Aun así, eso es solo un primer paso y no responde del todo a la pregunta inicial: ¿es malo escuchar canciones tristes cuando estamos mal? Para Céspedes, es un tema complejo ya que “se ha demostrado que existen varias formas de escuchar este tipo de música”. Y no es que lo diga solo él. Un estudio llevado a cabo a por el investigador Tuomas Eerola a partir de miles de encuestas publicado en Un estudio llega a la misma conclusión. “Estudios anteriores han enfatizado el intrigante placer que la gente experimenta con el arte trágico, pero hay personas que odian la música triste y evitan escucharla a toda costa”, explica Eerola.
El propio Céspedes profundiza en la cuestión e identifica la psicología de dos grandes grupos de oyentes en relación a la música triste: a uno de ellos le será beneficioso; al otro, perjudicial. En el primer conjunto encontramos a personas muy empáticas o muy “abiertas a las experiencias”. Estas se preocupan mucho por los sentimientos de los demás y encuentran en la música triste la experiencia de la que hablábamos antes: la de entender a otro ser humano y sentir que otro ser humano les entiende. Las personas categorizadas como “abiertas a experiencias” suelen ser personas introvertidas y sin miedo a analizar las propias emociones. En este caso, las canciones tristes les proveerán de una herramienta para aprender más sobre ellos mismos.
En el segundo grupo encontramos a aquellas personas a las que la música triste –especialmente en los momentos más bajos— les afecta negativamente hundiendo más al oyente en el torbellino de emociones. Es lo que en psicología se llama ‘rumiar’: volver una y otra vez sobre la misma idea negativa sin poder salir del círculo vicioso. En este sentido, la investigadora Sandra Garrido confirmó en sus investigaciones que en la gente con tendencia a la depresión la música triste dispara este mecanismo.
Por tanto, de vuelta a la pregunta con la que abríamos el artículo: ¿es malo escuchar canciones tristes cuando estamos mal? La evidencia parece decantarse hacia el ‘sí’, aunque, como hemos visto, la experiencia de escuchar música triste varía de persona a persona. Además, según estés inmerso/a en momentos de tristeza o bajón, este tipo de canciones puede disparar tu mecanismo rumiante, un círculo vicioso. Por suerte, la vida no tiene banda sonora preinstalada: nosotros decidimos con qué notas adornar cada momento.