Eres especial. Un cóctel único de decenas de miles de genes y millones de recuerdos. Un ejemplar insólito que funda sus propias ideas, que diseña su propio camino. Y, sin embargo, más allá de todo lo que te hace diferente, compartes con los miembros de tu generación unos mandamientos vitales que gobiernan tu corazoncito. Fundamentos naturales, innatos a la tribu milenial. Mantras que laten dentro de ti, revelando el secreto del mundo, el secreto de la felicidad. Nuestro secreto. Por desgracia, has olvidado cómo descifrarlos, transformando su verdad y luz en un malentendido. Es hora de volver a las raíces y rescatar estas tres grandes consignas de nuestra identidad.
Carpe diem
El equívoco supremo. Un concepto sagrado que has tergiversado hasta convertir en un lema barato digno de publicidad discotequera. Un modo de vida que nada tiene que ver con el tequila, la droga o el consumismo frenético. Una filosofía a cien años luz de la irresponsabilidad o la imprudencia, de ese "si voy a morir qué me importan los demás". Un mandamiento destinado a hacerte feliz que has adulterado hasta convertir en un pozo de desdicha. Porque ese carpe diem hedonista que has inventado reporta placer y dolor, pero nunca felicidad.
Detente un segundo. Piensa cuántas veces, a lo largo del día, te descubres recordando viejos momentos o divagando sobre el futuro. Cuántas veces diriges todos tus sentidos a aquello que haces y cuántas veces andas distraído, muy lejos de ahí, en alguna fantasía. Cuántas veces, mientras friegas los platos, estás concentrado en el tacto del agua caliente sobre tus manos. Cuántas veces los friegas ansioso, deseando acabar. Cuántas veces, en definitiva, estás al cien por cien presente. Y cuántas veces te pierdes el ahora.
Ese sí es el carpe diem: no permitir que los pensamientos te arrastren de aquí para allá, robándote el instante presente. No permitir que todas esas voces nostálgicas del ayer y temerosas del mañana te impidan ser consciente de las maravillas del mundo. Estar aquí, ahora, saboreando cada palabra que lees. Porque no existe otro momento. El verdadero carpe diem no te pide que te entregues al delirio y a la autodestrucción. Quiere que estés en paz, que abandones las prisas. El carpe diem es, en definitiva, una sencillísima pregunta: ¿qué le falta a este momento? La respuesta siempre es nada.
Viajar
Viajar es, sin ninguna duda, el gran titular de nuestra generación. El antídoto contra la monotonía que has elegido. La salvación a esa vida predecible y calculada que tus padres soñaron para ti. Por eso gastas tantísimo tiempo pensando en ello: planeando breves escapadas a capitales europeas, soñando con interrailes, rompiéndote la cabeza en busca de un trabajo que te permita estar viajando toda la vida. Has depositado tanta fe en los trenes y los aviones como fórmula de autorrealización, que no puedes imaginar una vida sin mochilas ni pasaportes. Puro ADN milenial. Pero, y aquí viene lo malo, has estado viajando mal, muy mal.
Viajar perdió la esencia que lo hacía especial cuando comenzaste a moverte con el piloto automático encendido. Cuando priorizaste los museos y monumentos, y te olvidaste del riesgo y la improvisación. Viajar se hizo previsible cuando pegaste en tu frente aquella pegajosa etiqueta de turista. Cuando elegiste no salirte del guión. Cuando elegiste pisar con cuidado, para no perderte, para no salir de tu zona de confort. Cuando decidiste que la Torre Eiffel o el Empire State eran más importantes que toda esa gente con la que podías mezclarte.Viajar, con mayúsculas, debe ser intrépido. Si recorres cientos o miles de kilómetros pero dejas el espíritu durmiendo en el cómodo y cálido sofá de casa, viajar no merece la pena. Porque viajar debe ser algo más que un cúmulo de sensaciones fugaces. Viajar debe desnudarte, hacerte olvidar todo lo que hasta entonces sabías sobre ti mismo. Debe enseñarte lo equivocado que estabas sobre tantísimas cosas. Ayudarte a descubrir nuevas verdades. No importa donde vayas: el viaje debe ser interior y el mundo una ventana hacia tu alma. Por eso tienes que comprometerte a llevarla siempre contigo.
Amar
Parece lógico pensar que una generación como la nuestra, tan libre e independiente, debiese tener una noción del amor bastante sana: un amor libre, independiente, maduro. Un amor de siglo XXI. Y, sin embargo, no es así: todas esas cualidades tan mileniales caen en saco roto cuando te enfrentas al amor arduo y angustioso de El Diario de Noa. Una historia llena de dolor y sacrificio que, unidas a ese carpe diem autodestructivo que has concebido, refuerzan en tu cerebro aquella mentira de que lo bueno y verdadero solo es posible si arrastra sufrimiento y consecuencias fatales.
De hecho, has llegado a creer que la incompatibilidad de personalidades no es tan importante. Que la lucha de egos, el tira y afloja, la angustia y tortura emocional, son indispensables para una buena historia de amor. Pero estás equivocado: ese romanticismo decadente, ese capricho psicológico, no es más que un batido químico. El verdadero amor es como los verdaderos viajes: te expande, te da plenitud. Te permite llegar a recovecos dentro de ti que no pudiste alcanzar tú solo. El verdadero amor suma, no te convierte en un trapo ni te hace sentir exultante y desgraciado al mismo tiempo. El verdadero amor produce serenidad.
Un milenial como tú no debería perseguir amores que castigan. Mereces un amor a la altura de nuestra generación.
Crédito de la imagen: Paolo Raeli