
Piensa en aquella vez que tuviste que decidir. Acuérdate del momento en el que estuviste entre dos opciones y hubo miedo y parálisis y algo se te movió por dentro. Piensa en cómo decidiste que no, que era mejor quedarse quieto. Piensa en cómo podrían cambiar las cosas si en lugar de literatura le hubieses echado ganas. Piensa en el miedo. Piensa en las oportunidades, piensa en que no se pierden sino que llega otro y se las queda en toda tu cara.
Qué místico y bohemio, ¿no? Pues no. No le llames destino cuando lo que quieres decir es que no te atreves a decidir y a asumir el riesgo.
Jugársela. Esto es simplemente cuestión de jugársela. De no esperar a que la casualidad haga lo que deberías estar haciendo tú mismo. De extirparse las dudas, de desalojar la asfixia y de dejar que desde la garganta salgan estas cuatro palabras: "sí, joder, me arriesgo". Porque es cansado estar así siempre. Tan estáticos y tan constantes, como si las cosas más extraordinarias surgieran de la nada. Sin apostar, sin lanzar dados, sin jugársela.
Porque a ver qué pasa si sale mal.
Porque vaya si te equivocas.
Porque imagínate que todo se tuerce.
Porque es que, ¿y si lo paso mal?
Ya bueno, claro. Es lo que tiene estrellar 'ojalás'. Es lo que tiene jugar a la suerte y correr tras ella. Así que, si me permites un consejo, a partir de ahora cada vez que tengas que tengas que decidir algo, acuérdate de esta frase: "cuando algo te hace muy feliz y a la vez te da un poco de miedo es que es exactamente lo que necesitas". Podrá pasar que al final no salga como esperabas y te descubras a ti mismo recomponiéndote de nuevo, o podrá ocurrir que sea justo como lo habías imaginado y que te veas cada mañana pensando que no pudo haber mejor decisión que aquella que tomaste.