¿A cuántos nos han dicho lo de contar hasta 10 antes de hablar o de actuar? ¿Y cuántos no hemos sido capaces de llegar ni a uno y medio? Explotar con facilidad, decir lo que a uno se le pasa por la cabeza sin pensarlo dos veces o sin reflexionar mucho sobre cómo lo sueltas -en definitiva, la impulsividad- puede arruinarlo todo a veces. Algunas veces tiene arreglo, pero otras es una pifia considerable. Existen una serie de motivos por los que algunas personas son más propensas que otras a estallar sin pensar en las consecuencias, pero también hay un atisbo de esperanza: se puede controlar.
"Uno puede ser impulsivo por rasgos biológicos heredados, pero también influyen factores ambientales que determinan si estas características se van a desarrollar o no. Por ejemplo, el hecho de que en la crianza a esa persona nunca le hayan puesto reglas", explica Vanesa Fernández, doctora en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y especialista en emociones. Ese mensaje que mandas antes de pensar unos segundos si es apropiado o no, las respuestas exageradas a gente de tu entorno, las reacciones desmesuradas a hechos que parecen irrelevantes... Todas estas actitudes vienen determinadas por una mezcla entre algo que ya viene intrínseco en el individuo y de lo que ha aprendido de su entorno.doctora en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y especialista en emociones Para muchos basta con esto, pero llega un momento en el que los colegas, familiares o compañeros de trabajo se cansan de estas salidas desmesuradas. "Son personas incapaces de medir las consecuencias a medio y largo plazo tanto para bien como para mal. No pueden distinguir la reacción negativa que van a causar, pero tampoco son capaces de tener paciencia para esperar los resultados positivos de alguna de sus acciones, lo quieren todo y lo quieren ya. Tienen muy poca tolerancia a la frustración", amplía Fernández. La impulsividad excesiva puede tener repercusiones nocivas como una continua toma de decisiones equivocadas y doctora en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y especialista en emociones
En este caso, nos referimos a todos aquellos que llevan la impulsividad por bandera, no a los que revientan en una situación determinada. "La gente que es más reflexiva no suele convertirse en alguien explosivo en periodos de estrés. Más bien todo lo contrario, experimentan un sentimiento de bloqueo", añade la especialista.
¿Se le puede poner remedio?
Por suerte sí. Existe una terapia para los amigos del "yo soy así y no me aceptes si no quieres". Lo primero es conocer las causas de este carácter y a partir de ahí, se inicia un tratamiento para adquirir esas habilidades de autocontrol de las que el individuo carece. "Hay que intentar dotar a la persona impulsiva de nuevas formas de interpretar la realidad, se le dan pautas para tomar decisiones y para socializar de otro modo. El fin último es aumentar al máximo el tiempo entre la reacción y el momento de ponerla en marcha", explica la doctora.
Una cosa es actuar con sinceridad y otra no tener filtro alguno ante pensamientos relámpago. No todo está perdido: aun podemos evitar ser esos metepatas profesionales sin capacidad de regulación interna. El camino para lograrlo puede ser algo más largo y difícil, pero merece la pena porque si no, al final todos acaban pasando del que suelta por su boca lo primero que se le ocurre sin que su cerebro lo procese.