Una vez leí que la felicidad era estar conforme con lo que uno tiene. Me pareció una frase hecha y además complicada dentro de su simplicidad, pues el ser humano es ambicioso por naturaleza. Necesitamos crecer, crear, soñar y construir castillos en el aire. Así que, ¿cómo podía una persona aceptar lo que tenía sin más y alcanzar así la felicidad?
Es un ejercicio de concentración, pero es efectivo. Se trata de no esperar absolutamente nada. Y, ojo, no se trata de no aspirar a nada. Son dos conceptos diferentes. Para no esperara nada, no necesitamos dejar de leer, de viajar, o de enamorarnos, pero sí leer, viajar o enamorarnos sin crearnos falsas expectativas, sin hacernos cábalas, sin querer planificarlo todo, controlarlo todo. Sin proyectar ilusiones cuyas alargadas sombras serán siempre un handicap.
Las cosas más bonitas de la vida suceden cuando menos pensamos en ellas
Como aquella noche que saliste sin ganas, al bar de siempre, con los amigos de siempre. Ni tan siquiera te arreglaste mucho: tus vaqueros preferidos, y a la calle. De hecho, llevabas en la cartera 5 euros y el móvil sin batería.
Y cuando estabas tan a gusto ahí, degustando una caña barata, fría, bajo la brisa nocturna de la primavera, te diste cuenta de que no necesitabas más. Estabas ahí, encantado con la banda sonora de tu vida. Y tal vez es en ese momento de despreocupación en el que aparece Él o Ella. Esa mirada que llevabas buscando tantas noches.
O tal vez es esa mañana de domingo en la que sales a comprar el periódico y acabas viendo el anuncio del trabajo perfecto para ti. Tal vez nunca habrías mirado en el periódico, porque hace tiempo que te cegaste con Infojobs. Pero está ahí, lo lees mientras te meriendas ese chocolate con churros que te está sabiendo a gloria. No se parece al de ayer, que te lo comiste con cargo de conciencia. Este sabe bien, porque ni siquiera habías pensado en ello.
¿Te atreves?
La vida es una noria, y no siempre podemos adivinar dónde se detendrá. Pero si no pones todas tus esperanzas en pararte en lo más alto, seguramente disfrutarás como un niño de la media altura, o incluso te divertirás si te toca pararte abajo, porque desde allí se puede oler el algodón de azúcar, se escucha la música del circo, y tus mejores amigos te hacen una foto que conservarás el resto de tu vida.
Crédito de la imagen: Alberto Polo