Nuestra vida es como un libro; cada día es una página en blanco. A veces llena de giros que le dan fuerza a la trama y otras llenas de palabras vacías que solo sirven para rellenar. Lo que sí que es cierto es para que la historia avance se necesita del pasado y del futuro de la misma forma que el pasado es importante. Pese a tener curiosidad por lo nuevo que nos queda por descubrir, necesitamos el pasado para que la historia tenga coherencia.
Pero a mi a veces me gustaría poder borrarlo todo. Y no porque no me guste lo que hay, sino porque querría seguir escribiendo sin las ataduras que suponen todo lo que sé. Me gustaría ignorar lo aprendido para poder descubrir el mundo de nuevo, y darme cuenta de que es muy diferente a como yo creía que era.
Y es que las personas tenemos algo que no podemos evitar: por más objetivos que creamos ser, ni siquiera nos acercamos a serlo. Todo lo que nos pasa lo interiorizamos desde una perspectiva única, la que nos han dado años de experiencias, de creencias, de lecciones... Y se nos olvidó hacerlo desde la perspectiva diferente. Esa que te da un punto de vista que nadie más tiene.
En parte esta situación la ha provocado el miedo del ser humano desde tiempos inmemoriales a todo aquello que le es ajeno. Hace cientos de años aquel que no compartía tu religión, merecía morir, sin más. Y vale que ahora -por suerte- la mayoría de religiones no son tan extremas, pero tampoco hemos avanzado tanto como creemos. Las aceptamos, pero no intentamos entenderlas y aprender de ellas.
Nos preocupamos muy poco por todo aquello que nos han dicho que no nos concierne; y si intentamos interesarnos, lo hacemos llevando con nosotros todas nuestras ideas y nuestros prejuicios. Y cansan. Y pesan. Y joden mucho arrastrarlos tanto.
Por ello, si a los occidentales nos hablan de las costumbres de algunas tribus africanas, como la de rascarse la piel con cepillos para sangrar, pensamos "joder, qué salvajes". Pero no intentamos entender por qué lo hacen, porque nosotros hemos creído que eso es de salvajes, y punto.
Nos dijeron aquello de que "la curiosidad mató al gato" y nos lo creímos. Pero no somos gatos, somos personas, y la evolución nos dio un cerebro capacitado para dudar de todo y no aceptar cosas porque sí. Aprender a pensar, aprender a a desaprender, aprender a no dar nada por sentado. Creemos que tenemos la capacidad de replantearnos todo lo que creemos saber, pero nadie utiliza esa capacidad.
Y es una pena, porque tal vez así nos entenderíamos mucho si fuésemos capaces de escribir cada día una página nueva. Pero partiendo de cero.
Crédito de la imagen: Natalia-Echeverria