Ya ha pasado el 2020. Había una especie de ansia por superar este año turbulento y unas ganas muy grandes de pasar página, de entrar con ilusión, con propósitos, con ganas y, sobre todo, con mucha salud. Parece que el 2021 pinta mejor o al menos eso queremos creer con todas nuestras fuerzas. El pasado año brindamos, celebramos e hicimos una lista de propósitos sin saber que, pocos meses después no podríamos salir de casa por culpa de un virus mundial. Por eso ahora mismo caminamos a pie juntillas, no vaya a ser que algo parecido nos pille por sorpresa. Es verdad que existía una necesidad de cambiar de año y, aunque parece que nos brilla la mirada, aún hay algunas personas que no consiguen ver esta nueva entrada con optimismo. En parte, es normal.
Ruth Whippman es periodista y la autora de The Pursuit of Happiness, un libro en el que intenta averiguar qué va mal y qué lecciones debemos aprender y seguir sobre lo que realmente hace que nuestra vida pueda ser feliz. Uno de los puntos de los que principalmente habla Whippman es que nuestra actitud positiva frente al cambio y a lo nuevo pueda ser lo que nos está tendiendo una trampa. El motivo, según ella, es sencillo: esto no hace sino generarnos mucha presión. Y ya no es una presión que se viva de forma individual. En nuestra cultura hay un enfoque directo a esa búsqueda de la felicidad y a esas ganas de verlo todo brillante y maravilloso. Algo que, si no ocurre, puede no solo generarnos tristeza sino también vergüenza ante los demás.
“La investigación en torno a la psicología positiva tiene muchos aspectos problemáticos. Tiende a enfatizar el esfuerzo individual en nuestro bienestar y quitarle importancia a la justicia social y otras perspectivas que se centran más en lo colectivo”, explica la autora en una entrevista para Vogue. Esto quiere decir que dicha felicidad parece algo que solo está en nuestras manos y que, además, casi siempre va ligada a conseguir el éxito. Cuando emprendemos esta especie de camino de empezar con buen pie y verlo todo en positivo, muchas veces obviamos cómo nos sentimos, es algo que pasa a un segundo plano para poder enfocar toda nuestra energía en ser optimistas, sonreír y salir a dar con esa alegría que se supone que debemos tener de nuestro lado. Es aquí donde nos estamos equivocando.
“En lugar de presionarnos para ‘pensar en positivo’ o sentirnos de cualquier manera concreta, nos iría mejor siendo honestos y abiertos con respecto a cómo nos sentimos en realidad. Una de las cosas que más nos puede ayudar y que más consideradas pueden ser es el permitir que otra gente sea emocionalmente honesta con nosotros y crear un espacio para los sentimientos feos”, explica la autora en la misma entrevista. Esta forma de ver todo nuestro entorno y nuestra vida nos ayudar a creer o a sentir que existen soluciones fáciles para problemas complicados y que ser o no felices está bajo nuestro control, una actitud que, a la larga, acabará siendo más destructiva y nada saludable.
Solo podremos darle espacio a una felicidad sana cuando aceptemos que no siempre nos tenemos que sentir así y que también existen emociones negativas. Se trata de crear un equilibrio entre ambas y no de presionarnos para estar bien sin más. Una de las maneras que explica la autora para poder llevar esto a cabo es intentar ver las situaciones que vivimos de forma honesta y con transparencia porque algunas vivencias positivas pueden no resultar obvias al principio. Hay que abrirle la puerta a todo el espectro de las emociones porque de esa manera estaremos dando con la felicidad sin dejar de tener los pies en la tierra.