Seguro que a ti también te lo han dicho. Y seguro que has maldecido a quien ha soltado las palabritas mágicas por su boca. Porque siempre hay un listo o una lista de vuelta de todo que lo había dicho, claro. Y no solo lo habían dicho, que eso ya lo sabes tú solito, sino que lo recuerdan.
Y zasca, ahí estás tú, con los ojos sin lágrimas tras la traición amorosa, en el arrepentimiento del día después, en lo que sea que te ha llevado a sentirte desdichado y necesitado, cuando de repente ese amigo o amiga, o esa madre o hermana, que de todo hay, sueltan un: “Te lo dije”.

Antes no obstante, te escuchan. Es una cosa que tienen los de la frasecita de las narices. Ellos primero escuchan tu desazón, quizá se regodean en ella. Preparan el terreno mientras se saben caminantes hacia el olimpo de los divos consejeros.
Escuchan el eco de tus sollozos, sienten el movimiento nervioso de tus manos, y justo después, cuando menos te lo esperas, cuando te sientes tan cansado que ya no quieres hablar y hasta has perdido el interés en preguntarte “pero, ¿por qué a mí?”, es entonces cuando sacan su fusil armado, el mismo que han estado guardando bajo la capa desde hace media hora: “No es por nada… pero te lo dije”. Porque, estarás conmigo, el “no es por nada” es el hermano siamés del “te lo dije”. Y es casi peor que él. Porque el “no es por nada” añade retintín a la situación.
“¿Ah, sí, no es por nada? Pues si no es por nada, te lo ahorras, guapo. Que ya me acuerdo yo que me lo dijiste”. Eso es lo que uno querría contestar a todos los redichos del universo, a todos los que les gusta meter el dedo en la llaga y mirarse al espejo. Pero lo cierto es que muchas veces lo único que sale como respuesta es un “ya, ya lo sé… Tenía que haberte hecho caso”.

Y quizá sea verdad, quizá tendrías que haberle hecho caso. De hecho, visto lo visto, es muy probable que hubieras tenido que hacerle caso, pero, en serio, no es necesario escucharlo ahora. Parece que hay un cierto gustirrinín. Porque el “no es por nada, pero te lo dije” no espera a que hayan pasado dos o tres días con la respiración y la mente más frescas, no. Los adictos al “te lo dije” tienen que soltarlo en el momento, en pleno llanto o cabreo. El reproche, que es en realidad lo que es, les quema en la lengua y no pueden aguantarse.
Pero, ¿para qué, a ver? ¿para qué narices sirve un “te lo dije”? ¿Arregla algo la situación? ¿Hace que las cosas pasadas cambien? ¿Da serenidad a quien escucha? No, no y no. Solo da la satisfacción de decir que uno tenía razón, que está dotado con la capacidad de anticipar los hechos y que el otro es un pardillo, un rebelde que no respeta la autoridad y la profecía. Y, en consecuencia, poco menos que se merece lo que le ha pasado.
Porque el trasfondo de un “te lo dije” es: “te lo dije… y no me has hecho caso. Si me hubieras hecho caso no estarías en esta situación. Te está bien empleado. Para que aprendas”.

Así que basta de “te lo dije”. Si lo dijiste, muy bien. Él lo sabe, ella se acuerda. No necesita escucharlo de nuevo. Y sobre todo, no necesita escucharlo en ESE preciso momento en el que uno solo quiere un abrazo y chocolate. Hagamos el favor de respetar, sin humillaciones, las equivocaciones ajenas.
Crédito de la Imagen: Claudia Ripoll