El amor auténtico implica querer a una persona por QUIÉN es, no por CÓMO es, o cómo querríamos que fuera. Estamos acostumbrados a relacionarnos desde un amor condicionado, a querernos por lo que tenemos, conseguimos y llegamos a ser, y establecemos una escala de lo merecedores que somos, tanto nosotros como los demás, de ser queridos.
Nos encanta poner etiquetas como inteligente/tonto, alto/bajo, delgado/gordo, nos definimos según nuestra profesión, lo que hayamos estudiado y una infinidad de otras cosas. Socialmente, y según la época, hay etiquetas que cobran más importancia, como actualmente la de estar delgado, por ejemplo, que está amargando la vida a tanta gente. Entonces, según si nosotros o los de alrededor tienen muchas etiquetas 'positivas', entendemos que merecen más o menos ser queridas. Cuántas veces no se habrá dicho: "Pero con lo guapa y simpática que eres, ¿cómo es que no tienes pareja?" donde se sobrentiende: "no tienes nadie que te quiera".
Todo esto suele empezar de padres a hijos. Nacen los niños y enseguida empezamos a definirlos diciendo que si 'se porta bien', que si 'es llorón', que si 'se parece más al padre o a la madre'... Al principio son bastante inofensivas, pero a medida que crecen, también se incrementan el número de etiquetas y se agravan sus consecuencias. A muchos puede que les hayan dicho cosas como: “este niño es mal estudiante, no creo que llegue a nada”, sin ser conscientes de que es una sentencia que muy posiblemente le condicionará el resto de su vida y si 'no llega lejos' porque se habrá creído lo que le han dicho y no porque no hubiese podido.
Así que debemos ser muy conscientes de cómo hablamos a la gente de nuestro alrededor y qué queremos obtener. Cuando intentamos cambiar a alguien porque tiene una forma de ser que no nos gusta, solemos obtener el efecto contrario. Le repetimos constantemente aquello que en nuestra opinión hace mal sin darnos cuenta de que se lo estamos reforzando y le estamos programando para que lo siga haciendo. Además le hacemos sentir pequeño y así no puede tener fuerzas para realizar ese cambio que tanto le estamos pidiendo.
Pero cuando, independientemente de la forma de ser de alguien, le tratamos con respeto, cariño, compasión y firmeza sin dureza, esa persona puede darse cuenta por ella misma de hasta qué punto necesita cambiar ciertos aspectos de su forma de ser.
No significa que no tengamos que decir lo que consideramos negativo ni dejar de dar nuestra opinión, pero para que sea una crítica constructiva y ayude a la otra persona a crecer en lugar de destrozarla, es vital que midamos las proporciones. Si le decimos únicamente cosas negativas, es muy probable que se hunda y piense: "total, como soy un desastre, no hay nada que hacer", pero si le decimos un montón de calidades positivas y alguna negativa, verá que tiene las herramientas que necesita para atajar aquello que le falla.
Muchas veces no es suficiente con querer a una persona, también hay que quererla 'bien'. Es decir, querer de manera genuina e incondicional y, una vez que esto quede claro, ayudarla a crecer y a evolucionar.