"Sólo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de gratitud". Jean de La Bruyère.
Dar las gracias a alguien es, seguramente, el gesto que más relaciones a largo plazo consigue mantener. Hace tiempo tuve un jefe que siempre decía que "dar las gracias no cuesta una mierda" y es totalmente cierto. Es la palabra mágica que pronuncias en dos segundos que puede cambiar el resultado de una conversación, las siete letras que pueden conseguir que alguien sonria, el sonido que puede cambiarle a alguien el humor de un lunes cualquiera. Si lo piensas la propia palabra ya de por si, suena agradecida y tu propia boca hace un amago de sonrisa obligatorio e inevitable al pronunciarla: G R A C I A S. Seguro que lo has probado.
La vigésimo tercera edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española otorga hasta dieciséis acepciones para el vocablo "gracia". Si te fijas es de las primeras palablas que se aprende cuando se estudia un idioma, pues ten por seguro que será de las que primero necesites utilizar. Cada país tiene su propia cultura, su pragmática, sus costumbres y sus rarezas... pero todos tienen en común el gesto de dar las gracias, es un acto fundamental en todas las culturas que abre puertas y mueve montañas.
Sin embargo, estamos mucho menos acostumbrados a mirarnos a los ojos y agradecernos cuanto hacemos por nosotros mismos. Damos las gracias a los demás en cada correo de trabajo, cuando nos dan el cambio, cuando nos dejan pasar por la calle, cuando nos desean los buenos días, cuando nos apoyan, cuando nos defienden y cuando alguien se deja la piel por algo que le hemos pedido. Perfecto, es de bien nacidos ser agradecidos, pero ¿cuándo fue la última vez que te diste las gracias a ti mismo por algo? Lo fácil es que la respuesta sea que nunca lo has hecho. En cambio, ¿cuantas veces nos torturamos cuando la cagamos, hacemos algo mal o no hemos cumplido con nuestras propias expectativas? De alguna manera extraña, le dejamos más sitio a la culpabilidad que al agradecimiento.
Quizás decirte a ti mismo de vez en cuando que si, que lo has conseguido, que lo has hecho muy bien y que te mereces las cosas buenas que te pasan te haga, como mínimo sonreirte a ti mismo y por otro lado, permitirte el lujo de sentirte orgulloso con todo aquello que haces para ti. Proyectas hacia los demás y hacia todo lo que haces exactamente el cómo te sientes contigo mismo por lo que la mejor y más larga relación que deberías cultivar es contigo y el amor de tu vida, sin duda, deberías ser tú mismo.
La gratitud no es sólo un sentimiento, es ante todo consciencia, reconocimiento y aprecio. El filósofo Martin Heidegger decía “Denken ist Danken” pensar es agradecer. Agradecerte a ti mismo las cosas es la manera consciente de apreciar los esfuerzos que, a veces, solo tu sabes que haces. No deberías perder esa oportunidad, quizás sea la mejor y más valiosa recompensa.
Gracias.
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