Claro que te alegras, ¿cómo no te vas a alegrar? Tu mejor amigo ha encontrado un trabajo de lo suyo que encima está muy bien pagado, tu hermana tiene la relación más bonita que puedas imaginar con su nuevo novio y a tu compañera de mesa la acaban de ascender, aunque lleva en la empresa bastante menos que tú. Sí, todos lo merecen, todos se lo han currado, y tú eres el primero en felicitarles. Sinceramente, con la mano en el corazón. ¿Seguro?
Al mismo tiempo, no puedes evitar esa sensación un tanto sucia, ese sentimiento que escondes y que tratas por todos los medios de no manifestar. Tienes envidia. “Es envidia sana”, dirás. Tal vez. O tal vez no, porque, ¿existe de verdad una envidia sana y otra insana? ¿Es normal sentirla? ¿Qué dice de ti el hecho de no poder evitarla? Y lo más importante: ¿somos mala gente por no alegrarnos al 100% de los éxitos de los demás? Lo hablamos con psicólogos y terapeutas para que nos digan si, en realidad, somos unos pequeños monstruos verdosos.

Primera cuestión: ¿existe la envidia sana o es sólo un eufemismo? La psicóloga Beatriz de Vicente lo tiene claro: “Bajo un punto de vista estrictamente psicológico y ético, la envidia sana no existe. Esta fórmula se utiliza para retratar el sentimiento que las personas experimentan en casos concretos, momentos en los que algún bien, material o espiritual, que otra persona recibe, son ansiados para uno mismo”.
En la misma línea se manifiesta el psicoterapeuta Raúl Padilla, que asegura que "si bien la envidia sana es la que no hace daño a nadie, existen otras palabras mucho más concretas y directas para expresar esa sensación. Hay que distinguir entre la admiración y el ánimo por imitar a otro por envidia, que sí lleva implícita una carga negativa fruto de la frustración”. En otras palabras: si ves los éxitos del otro como un motor para mejorar, enhorabuena, eres buena gente; pero si en tu fuero interno desearías quedarte con sus logros, aún sabiendo que la única alternativa es robárselos, muy mal, eres un envidioso.
Pero, ¿por qué no podemos evitar sentirla, al menos en algunas ocasiones? Padilla achaca este sentimiento a “la cultura en la que estamos inmersos, en la que se fomenta la competitividad y el individualismo”. Y añade: “La envidia sana se relaciona con el egoísmo sano, la búsqueda del bienestar individual. Pero quien únicamente siente envidia no se centra en sí mismo, sino en la otra persona, y puede llegar a buscar el mal ajeno aunque no obtenga ningún beneficio directo”. Los clásicos "si yo estoy mal, tú también" o "¿por qué a ti sí te tiene que ir bien si yo no consigo despegar?". Beatriz de Vicente también afirma que “el motivo que nos lleva a no poder evitar ser envidiosos es que, de manera constante, nos comparamos con los demás”.

Lo que está claro es que la envidia es un sentimiento negativo, independientemente del prisma desde el que se estudie. Además, genera emociones nocivas, como la tristeza, la rabia o el enfado, que no hacen sino zambullirnos en una espiral que hace aumentar nuestra frustración.
Y ahora, test personal: ¿cuál es el perfil general del envidioso? El psicoterapeuta Raúl Padilla lo define como “una persona con baja tolerancia a la frustración, con bajo concepto de sí mismo y un sentido muy fuerte aunque determinantemente sesgado de la justicia”. Por ello, los envidiosos piensan que lograr lo que a ellos se les resiste pero que para los demás resulta sencillo no tiene que ver con su falta de habilidad, sino con la suerte. “Los envidiosos están en permanente lucha por afirmarse ante los otros, lo que les vuelve todavía más insatisfechos al considerar que nunca tienen suficiente; siempre están buscando la olla al final del arcoiris”, sentencia Padilla. De Vicente añade más matices: “Suele tratarse de una persona triste y controladora que termina siendo esclava de sus sentimientos negativos”.
Pero, tratando de buscar el lado positivo, tal vez la envidia pueda ser entendida como germen de avance. ¿Tiene, entonces, algún componente benévolo? Raúl Padilla cree que, primero, hay que distinguir: “La envidia y el afán de superación tienen en común el inconformismo, pero mientras este último parte de las propias limitaciones entendidas como algo que debe cambiar, la envidia sólo se centra en valorar, de forma perversa, los logros de los demás, percibidos como injustos e inmerecidos”.

En definitiva: la envidia nunca es buena. Al menos si se enmarca en su definición más concreta. Sólo podrá considerarse 'sana' si es un motor de cambio para mejorar, en cuyo caso deberá llamarse admiración o ansia de imitación. Lo contrario supondrá, simplemente, que ese bicho verde y horrendo que tienes en tu interior pugna por salir y convertirte en un ser envidioso. Y, ¿quién quiere ser así?