Señales aparentes: una canción, una expresión, un perfume, un sueño, una mancha de café. Todas oportunas, inesperadas e interpretables. Esperanzadoras o desconcertantes. De pronto y sin hacer ruido. Personales, íntimas; de vez en cuando compartidas. ¿Verdaderas o fruto de nuestra imaginación? No importa, el hecho es que suceden y que sin ir más lejos hacen que te replantees muchas cosas.
A menudo se trata de avisos que se van colando por las callejuelas del desconocimiento ante decisiones, cambios que implican decisiones, recuerdos que cambian decisiones, y así hasta llegar al punto de alejarnos tanto del objetivo que terminamos por necesitar una bofetada de realismo, de casualidad, para volver a poner los pies en la tierra y decidir adónde queremos ir y de qué forma.
No importa si son místicas o más o menos sutiles. Las señales captan abstracciones de la condición humana y establecen la conexión entre el interior y lo físico, aquello que tiene forma y da igual de qué manera, siempre reflejan nuestros sentimientos y nuestros miedos. Se encuentran a nuestro alrededor y se manifiestan de muchas formas, no solo de forma visual, sino que pueden presentarse a través del olfato, del sonido o del tacto. Otra de las formas es a través de las personas. Estamos rodeados de energía y cada vez que se hace una proyección, una pregunta o hay algo que nos preocupa solemos cruzarnos con personas que tienen un signo, un mensaje que responde a ese ruego o pregunta.
Por desgracia, ciegos nosotros, no son suficientes las opiniones o consejos de nuestros amigos y familiares. Preferimos darnos de bruces nosotros solos, porque así lo hemos decidido, porque si nos equivocamos al menos que sea porque nadie más que nosotros ha influido en ello. Después vas, te cruzas a un gato negro y ves la luz, la clave del todo, números invisibles que empiezan a tomar significado y canciones que tienen las suficientes palabras para hacerte reaccionar. Quien dice un gato negro, dice un portazo, la sonrisa de un desconocido o la canción que jamás esperarías que el tío del metro tocase. Y de pronto, lo más insignificante se convierte en vital, clarificador, y cuando eso ocurre alegras esa cara a modo de gracias. Vale, sí, y también le das unos centimillos al músico que se los ha ganado.
Existen un tipo de señales llamadas Signos Transmisores. Este tipo de signos pueden ser consejos acerca del desarrollo espiritual o una advertencia sobre hechos futuros. La mayoría de las veces son breves y tiernos y nos dicen cosas como “quiérete más” o “basta de torturarte”, e incluso nos dan luz verde o aprobación para hacer y, por qué no, convencernos de algo.
Cuando estés listo para aceptarlas, darás paso a la fase de la comprensión, del entendimiento e interiorizarás todas esas señales para que tu camino tome la dirección correcta. Siempre han estado ahí, pero de tanto en tanto se personifican, muchas veces en días señalados, y quizás por ello estamos más predispuestos a verlas, a dejarlas entrar y que nos ilustren con el silencio.
El silencio es el más sabio respecto a la casualidad cuando la sucesión de hechos inexplicables hacia lo seguro y lo cierto se dan a la vez. Si aprendemos a escuchar estos llamados de atención, la vida se hará más equilibrada y armoniosa.
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