La Madre Teresa de Calcuta ya es Santa. El Papa Francisco la canonizó el domingo en una plaza de San Pedro abarrotada. Pocas veces ha sido una canonización tan mediática. La monja albanesa de apariencia menuda y frágil se convirtió en uno icono de la ayuda a los pobres. Las calles de Calcuta, la antigua capital del imperio británico en la India, fueron su centro de actuaciones. En 1979 se le otorgó el premio Nobel de la Paz y las personalidades que quisieron retratarse a su lado no dejaron de aumentar.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce ni siquiera en este caso. La vida, obra y personalidad de la ahora Santa no son tan impolutas como se pretende. El intelectual inglés Christopher Hitchens ha sido uno de los que con más ahínco trataron de desmontar el mito de la misionera. Decía Hitchens que la monja estaba muy lejos de servir las necesidades de los pobres. En su ensayo La posición del misionero: Madre Teresa en teoría y práctica y el documental Hell's Angel El Ángel del infierno cita a varias personas que trabajaron y visitaron las instalaciones donde la congregación de las Misioneras de la Caridad operaba en India.
Según el autor, cuando las necesidades del dogma católica chocaban contra las necesidad de los pobres, ella siempre imponía el dogma pese a suponer ello un dolor. Por ejemplo, en una región con una natalidad desbocada, Santa Teresa siempre se opuso a los preservativos y a cualquier método anticonceptivo. Durante el discurso en el que recibió el Nobel dijo además que el peor enemigo mundial de la paz era el aborto.
Las condiciones sanitarias de lo que se ha vendido como hospitales de salvación en el medio de la barbarie también dejaban mucho que desear. Para ahorrar costes, Teresa de Calcula decidió reutilizar jeringuillas con el subsiguiente riesgo de contagio de enfermedades, según denuncia el médico indio Aroup Chatterjee. A los niños se los ataba a las camas y se toleraban instalaciones en que un paciente debía defecar frente a otro por falta de acondicionamiento.

Natural de Calcuta y hoy afincado en Londres, el doctor Chatterjee ha llevado a cabo cientos de entrevistas para arrojar más luz sobre la realidad de quienes fueron tratados en los centros de la congregación. Muchos testimonios coincidían en denunciar que las sábanas llenas de heces se lavaban en el mismo sitio que los platos y que muchas misioneras, sin formación médica alguna, administraban medicinas con más de 10 años de antigüedad. A los enfermos moribundos se les daba poco más que una aspirina.
Además, según ha declarado el doctor a The New York Times, a través de la misionera se ha dado una imagen de ciudad de Calcuta que no se corresponde con la realidad. “Yo crecí en una barrio de clase media de Calcula en los años 50 y la ciudad era cosmopolita y próspera. Cada aerolínea que existía aterrizaba aquí”. Una descripción que se aleja mucho del infierno en la tierra con el que en Occidente se identifica a Calcuta.
Sin embargo, la mayoría en la ciudad todavía apoyan su mito. Lejos de ser aclamado por corroborar los pobres y denigrantes cuidados a los que los enfermos eran sometidos, la población de Calcuta se ha echado encima del doctor. Se niegan a aceptar que la mujer que Occidente ha abanderado como icono humanitario pueda haber sido un fraude. Si en Occidente dicen que es buena, por algo será, vienen a pensar. Mientras, a este lado del mundo, muchos ni siquiera se habían planteado que el relato de la Madre Teresa pudiera tener alguna sombra.