La Independencia De Cataluña: Una Cuestión De Garrulismo Bicéfalo

Pese a haber sido comparado con el caso escocés, la posible independencia de Cataluña está marcada por la intransigencia y el cainismo de ambas partes difíciles de redimir.

Artículo de opinión


Pese a haber sido comparado con el caso escocés, la posible independencia de Cataluña está marcada por la intransigencia y el cainismo de ambas partes difíciles de redimir.

Trayendo a colación aquella verborreica frase de ese piquito de oro que es Pablo Iglesias, según la cual sólo dos cosas diferentes son merecedoras de comparación, pues “no tendría sentido comparar un boli BIC azul con un boli BIC azul”, el señor de la coleta no solo tiene ontológicamente más razón que un santo, sino que además avala este agravio comparativo entre las aspiraciones independentistas de catalanes y escoceses.

El otro día leía en El Mundo uno de esos titulares que reclaman a la racionalidad su naturaleza irónica. Al parecer la Federación Catalana de Fútbol había solicitado la inscripción de la 'Liga Catalana de Fútbol Profesional' en el Registro de Marcas.

Y entonces pensé: "claro, coño, como los escoceses, que tienen su liga de fútbol propia. Ellos sí que saben torear las ataduras de Londres". Pero ni la liga de fútbol escocesa nació a tenor de las demandas nacionalistas contemporáneas, ni la consideración de las diversas realidades nacionales es igual aquí que allí. Me explico.

Casi un 70 por ciento de galeses e ingleses se mostraban a favor de que una hipotética Escocia independiente continuara usando la británica libra esterlina, según una encuesta del British Social Attitudes, cuando aquí los españoles no-catalanes se relamen al oír la posibilidad de que una Cataluña independiente quedara fuera de los organismos supranacionales como la Unión Europea.

Tampoco el 86 por ciento de los escoceses estaban dispuestos a renunciar en caso de independencia a la emisión de la que posiblemente sea la mejor televisión pública del mundo, la BBC, por muy cegados de fervor nacionalista que estuvieran, de igual manera que un 62 por ciento hubiera querido seguir compartiendo monarca. Del otro lado, un 82 por ciento de los ingleses y galeses consideraba oportuno que la BBC pudiera seguir viéndose en una Escocia independiente y un 65 por ciento estaba dispuesto a seguir compartiendo a Isabel II y el resto de ralea regia que estuviera por venir. Como ven, buen rollo entre las partes. Habría que ver a los señores Rajoy y Mas negando y renegando lo de uno en el otro.

La cuestión catalana, sin embargo, ha estado dominada por un garrulismo bicéfalo mucho mayor al del caso británico. Si algún legado positivo dejó el franquismo amén de trabajo a los señores que buscan nuevos nombres para calles, plazas y avenidas, claro fue sin duda aquellas dos frases axiomáticas de Torcuato Fernández-Miranda: “la ley os obliga pero no os ata”, y aquella otra, devenida en una suerte de eslogan de la Transición, “de la ley a la ley, por la ley”. Y esto hay quien no lo entiende.

Aunque es evidente que el problema no es meramente jurídico sino ideológico, de falta o ausencia de la transigencia que se le presupone a una sociedad democrática. De garrulismo, en definitiva. Tan sólo un 13,2 por ciento del conjunto de los españoles estaría dispuesto a entregar una mayor autonomía a las comunidades, según el CIS, cifra que en Madrid, por buscar una antítesis a las ideas secesionistas catalanas, desciende hasta un 7,9 por ciento. También en Madrid, un 36,8 por ciento suscribe la idea de un Gobierno central con total ausencia de gobiernos autonómicos.

Pero el absurdo es de dominio público. Por eso seis de cada diez catalanes querrían conservar ambas nacionalidades, la catalana y la española, quizá porque solicitar la estadounidense y la rusa sea visto, ya sí, con cierta suspicacia. Sólo dos de cada diez serían los llamados héroes, aquellos dispuestos a gozar únicamente de pasaporte catalán, porque su patria lo vale. También habrá quien piense que las fronteras son la forma más zafia y cruel que ha encontrado el hombre para alimentar la desigualdad y el odio mutuo, pero habrá que ver cómo le explicamos esto a los de Junts pel Sí y CUP.

Nimiedades aparte. El fútbol español cambiará. No más derbis Barça-Madrid. No hablemos ya de la Selección. Sin embargo, la ya bautizada Liga Catalana de Fútbol Profesional será testigo de la épica deportiva del siglo XXI, un nuevo renacer de la emoción futbolística, como ya pasa en Escocia, donde Glasgow Rangers y Celtic de Glasgow se han ido repartiendo el título de la Scottish Football League Champions, a excepción de 18 temporadas, desde 1891.