No te engañes: te tenemos calado. En cuanto abres la boca y pronuncias dos frases ya podemos ubicarte en una región, un lugar con sus playas abarrotadas en verano o sus inviernos gélidos. Y no hablamos de acentos, que eso es otro tema y todos son legítimos, aunque cada uno tenga sus gustos particulares. Ahora hablamos de esas palabras que usas, de esas patadas que le pegas al diccionario y que definen el lugar en el que te has criado. Porque sí, esto, como casi todo, también tiene que ver con la infancia. Porque las patadas al diccionario de verdad son esas que uno da sin querer o sin saber, aquello que siempre hemos dado por hecho. He aquí algunos de los patadones más garrafales.
“La dije que me perdonara, pero la da igual”
¿Ah, sí? No me digas. Normal que le dé igual. Bastante que aún te dirige la palabra. Porque vamos a ver, madrileños y centro peninsulares varios: aunque lo que digas se lo estés diciendo a una chica debes decir “le dije”. En gramática española hay dos cosas llamadas complemento directo e indirecto que a vosotros os dan igual. Pero existen. “Le” o “les” sustituyen al complemento indirecto o directo masculino singular, pero no al femenino. Y en la frase “yo dije a María que viniera”, María es un complemento indirecto y por tanto debe sustituirse por “le” y nunca por “la”. “Yo le dije que viniera”. Te suene como te suene a ti. La vida es dura, sí. Pero cuanto antes se afronte, mejor.
“Le llamé a María, pero no me contestó”
¿“Le” llamaste?, ¿a María?, ¿en serio? Pues no, hijo, salvo que estemos en Donosti a las mujeres se “las” llama. Mi teoría es que los vascos tienen tanto miedo al laísmo castellano que han decidido que “la” es una palabra proscrita. La explicación es la misma. En la frase “yo llamé a María”, María es el complemento directo y al ser femenino se sustituye por “la”. Porque sí, se sustituye. Sí usas “la” no deberías usar María. Queda súper redundante. Venga, ánimo. Poco a poco. Todos los comienzos son duros.
“Habían mil espectadores”
A ver, catalanoparlantes de la península y las islas. Que está genial ser bilingüe, que sí; que tu cerebro tiene más plasticidad, que vale. Todo eso está claro. Pero vamos a ver, ten claro los tiempos verbales. En español el verbo haber se conjuga en singular aunque “lo que haya” sea plural. Así, en “había muchos niños” o “había un niño” la forma del verbo haber no cambia; siempre es singular. En cuanto los no catalanoparlantes escuchamos “habían” ya te imaginamos con pan tumaca en una mano y calçots en la otra.

“Hoy comí una fabada que me prestó una barbaridad”
Tú suéltale esto a un soriano y lo dejas temblando. Porque si tú en lugar de haberte comido una fabada esta mañana, te la comiste, entonces la fabada solo puede ser asturiana. Porque además de hacer diminutivos de todo lo que se menea ay, monina, qué riquina, ponme un cafetín, o un chupitín, dependiendo de cómo se tercie, los asturianos todo lo tomaron en el Pleistoceno. Da igual que sea el desayuno, el pincho de tortilla que aún tienen en la boca o la tarta de la primera comunión. Y les prestó, vaya si les prestó. Porque a los asturianos las cosas no les gustan o les sientan bien, sino que les prestan. O, si la situación es redonda, les presta “por la vida”. Eso sí, a un asturiano nada nunca le “ha prestado”. Por supuesto, todo le “prestó”.

“Me soñé que me tiraba de un avión”
Vamos a ver. Esto es demasiado. La parte occidental del centro peninsular salmantinos, cacereños y compañía: los sueños se sueñan solos, sin pronombres de por medio. Tú sueñas algo pero no “te sueñas algo”. “Me soñé” querría decir que has soñado contigo, como si fueras una especie de fantasma al que no has conocido pero que, de repente, soñaste. Raro, raro, cuando menos. Pero vamos que si sueñas algo ahórrate el “me”.
Así que ahora a practicar. Pero vamos, que con la calma. Siempre podrás soltar eso de “pero, ¿qué quieres? En mi zona se dice así”.