Crédito de la imagen: Johnathan Bachman, Reuters
Estamos en 2016 y para algunas cosas parece que no pasa el tiempo. O eso piensan al menos miles de ciudadanos de Miami, Carolina del Sur o Chicago. Los últimos meses han sido especialmente duros para la violencia interracial en Estados Unidos. El vídeo de Diamond Reynolds retransmitiendo en directo el asesinato de su novio, Philando Castile, cuando un policía local los paró en un control de tráfico en Luisiana ha removido conciencias y despertado una ola de indignación.
Cientos de miles de personas se preguntan ahora ¿por qué estamos otra vez aquí? Y gritan entonan un "Black lives matter" como sinónimo de "Basta ya". El caso de Philando no es para nada aislado. Más de cien hombres han sido asesinados por la policía este año y para muchos este no es sino un aspecto más de la marginalidad y pobreza en la que gran parte de la comunidad afroamericana aún vive.
Unos 50 millones de estadounidenses son negros. Son la tercera comunidad del país después de blancos y latinos. Hasta los años 60 vivían directamente segregados, en algo muy próximo a un Apartheid surafricano en donde no estaba permitido que usaran los mismos baños que los blancos o fueran a la universidad. Y claro, han pasado cincuenta años, pero quedan muchas secuelas.

Un bebé de la comunidad negra tiene muchas más posibilidades que un bebé de origen blanco de nacer en familias monoparentales, con muchos menos recursos económicos y en ambientes cercanos al tráfico de drogas o el alcoholismo. Pese a que los afroamericanos son en torno al 13% de la población del país, en 2014 casi la mitad de los 2,2 millones de presos en las cárceles eran negros.
Muchos manifestantes estos días se quejan de que no son solo las condiciones socioeconómicas las que abocan a la cárcel y a la marginalidad, sino que todavía existe una discriminación sistemática de los negros en gran parte del país. En muchas zonas de mayoría afroamericana los cuerpos de policía están integrados casi exclusivamente por blancos, lo que a ojos de muchos solo ahonda la confrontación e impide tender puentes y empatía entre comunidades.
La reciente ola de protesta contra la discriminación racial y los abusos policiales ha llegado hasta lo más alto de la esfera pública. La actuación de Beyoncé en la final de la Super Bowl de fútbol americano en febrero fue vista por algunos sectores como una provocación. La artista texana reivindicó en su actuación la estética de las Panteras Negras de Malcon X, un grupo que en los años 60 reivindicó el uso de la violencia para oponerse a la discriminación.
Además, la tensión política en este año presidencial solo está añadiendo más leña al fuego, especialmente con Donald Trump, un personaje incendiario y populista, como candidato del partido republicano. Incluso que la Casa Blanca esté ahora ocupada por un matrimonio negro parece incapaz de romper definitivamente el estigma que todavía persigue en Estados Unidos a millones de ciudadanos. El sueño de un país libre e igual para todos aún se mantiene demasiado lejano.