Que levante la mano el que no haya tenido jamás un día malo en el trabajo. Nadie, ¿no? Hombre, es normal. Por el típico jefe tan incompetente como déspota. Por ese par de compañeros imbéciles. O porque sabes que sobre tu mesa te esperan un montón de tareas farragosas y sin sentido. Igual no te gusta la jornada partida, o la oficina está a 50 minutos de casa con dos transbordos incluidos, o el sueldo es como de chiste. ¡Bravo, tu trabajo es un cagarro! Pero sabes que es algo circunstancial, que las cosas cambiarán o que encontrarás algo mejor. A eso te aferras. Y más te vale, porque como cumplas los 11 signos que ha recopilado la psicoterapeuta Amy Morin, estás en la antesala de la muerte.
1. No puedes dejar de hablar del trabajo
Todo el día rumiando, ya sea la hora de cenar o incluso el fin de semana. Esa bronca del supervisor, el desplante que te ha hecho la de administración, esa conversación en la que te han pillado en un renuncio… No sabes por qué, pero te resulta imposible dejar de hablar del trabajo ni un minuto.
2. Todo el mundo te dice que eres un quejica
Y tienen razón. Estás todo el día gimoteando, a veces en modo 'tristeza absoluta' y a veces en modo 'ira homicida'. Pero en caso es que siempre tienes la queja en la boca. Y eso, ¿qué hace? Envenenarte vivo y restarte fuerza mental, porque vives instalado en el pesimismo y en la angustia permanente.
3. No tienes ganas de socializar
Ya no te diviertes. Todas las conversaciones te parecen vacías y prefieres estar solo. Nada te sirve para desconectar, y por eso optas por quedarte sumido en tus pensamientos negativos y autocompadecerte.
4. Todo lo relacionado con el trabajo se te hace un mundo
Has llegado al punto en que cualquier problema, por pequeño que sea, te resulta inabarcable. “Nunca voy a salir de este trabajo”, “voy de bronca en bronca”, “no soy capaz de solucionar nada”. Una ruleta autodestructiva que no te deja pensar con claridad.
5. No eres capaz de encontrar lo positivo
Aunque en un mismo día te hayan pasado diez cosas buenas y una mala, esta última ensombrece al resto. Amy Morin explica que es más sencillo pasar por alto lo positivo que lo negativo, por eso siempre tiendes a ver el vaso medio vacío. Bueno, más bien, ves el vaso hecho añicos en el suelo y encima te toca limpiarlo a ti.
6. Estás irritable
Tu capacidad de aguante y tu paciencia han volado. Todo te sienta mal, incluso que te saluden en el ascensor o que te den los buenos días. “¿Buenos días? ¡Serán para ti”.
7. Estás siempre triste
Pobreza de espíritu. Estás deprimido, siempre de bajón. Inapetente, en definitiva. Y con cara de acelga. Y esto te lleva a algo peor…
8. Caes enfermo con sorprendente facilidad
Dolores de cabeza, de estómago, catarros constantes. Estás hecho un cuadro, porque tu debilidad mental afecta también a la física. Tu cuerpo, de manera inconsciente, hace que caigas enfermo porque entiende que cualquier excusa es buena para que te alejes del foco de tus problemas, el trabajo.
9. Te repatea salir de la cama por la mañana
Y no sólo por pereza. Sabes lo que te espera, por eso los “5 minutos más” se convierten en “me cortaría una mano si con eso me dejasen quedarme en la cama”. Cualquier cosa para no tener que ir a la oficina.
10. Por supuesto, has perdido las ganas de hacer bien tu trabajo
¿Para qué? Si total… No participas en ninguna reunión, te has vuelto descuidado, trabajar solo para cubrir expediente y salir cuanto antes de allí. Y, lo peor, te da igual que tu falta de profesionalidad te llegue a suponer el despido.
11. El domingo por la noche, tu peor pesadilla
Porque sabes que arranca una nueva semana de sinsabores. Se acerca el lunes, la rutina, la vuelta a tus tareas, y te sientes morir. Encima, no has disfrutado nada del fin de semana porque ni has salido ni has podido desconectar. Y ya empiezas la semana enfadado, deprimido y agotado.
Menudo cuadro. Ni Murillo, oye. Pero, ey, que es sólo un trabajo. Ya vendrán otros. Y siempre se puede estar peor. Se puede estar sin un duro, por ejemplo. Así que bien atentos para que, en cuanto asome alguno de estos 11 signos, podamos ponerle coto a la depresión letal.