Son solo niños pero ya han sido condenados a pasar la vida entera entre rejas

A cerca de 2.500 niños en Estados Unidos nadie les preguntará nunca qué quieren ser de mayores. Su futuro ya está decidido: serán presos de por vida. Son jóvenes que fueron sentenciados a cadena perpetua cuando aún eran menores. Cumplen sus penas sin

A cerca de 2.500 niños en Estados Unidos nadie les preguntará nunca qué quieren ser de mayores. Su futuro ya está decidido: serán presos de por vida. Son jóvenes que fueron sentenciados a cadena perpetua cuando aún eran menores. Cumplen sus penas sin posibilidad de libertad condicional. Estados Unidos es el único país del mundo donde esto sigue ocurriendo, porque, aunque algunas otras naciones lo contemplen, no es algo que se suela llevar a la práctica.

Por lo menos, la pena de muerte ya no se le aplica a los menores en EE.UU. -se prohibió hace sólo 11 años- y ahora se está tratando de dar pasos para eliminar definitivamente la cadena perpetua si los infractores son condenados antes de cumplir la mayoría de edad. De hecho, como describe el informe NO HOPE: Re-Examining Lifetime Sentences for Juvenile Offenders SIN ESPERANZA: reexaminando la cadena perpetua para menores delincuentes, ese tipo de sentencia ya no se aplica en 15 estados, estando prohibida en 9 de ellos. 

Avances

El año 2012 fue clave en este sentido. Tuvo lugar el caso Miller contra Alabama, a partir del cual la Corte Suprema estableció la inconstitucionalidad de dictaminar de forma obligatoria la sentencia de por vida sin libertad condicional a menores que hubieran cometido homicidio. A partir de entonces, se tiene que estudiar cada caso de forma individual y determinar si procede o no la aplicación de una pena tan dura. En 2016, gracias a la sentencia Montgomery contra Louisiana, esta decisión se aplica de forma retroactiva. Es decir, todas las personas condenadas a cadena perpetua cuando eran menores tienen derecho a pedir una revisión para determinar si la pertinencia de la ley se ajusta a su caso.

Es la historia de gente como Kenneth Young, plasmada en un documental de National Geographic, aunque hay miles documental. Kenneth cometió los delitos cuando tenía entre 14 y 15 años. De hecho, él estaba presente en la escena del crimen y colaboró en los actos, pero no fue el principal ejecutor. Ese papel lo llevó a cabo Jacques Bethea, diez años mayor que él. Un fenómeno que se repite de forma habitual en los casos en los que menores son condenados a penas de este tipo; suelen cometer los delitos acompañando a mayores de edad que les dan las órdenes.

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Kenneth pertenece a la comunidad negra, un colectivo que, según la estadística, es mucho más propicio a las detenciones y, por tanto, a recibir este tipo de sentencias. De hecho, según datos de Phillips Black, una firma legal estadounidense sin ánimo de lucro, desde 1992 hasta ahora, los menores negros arrestados por homicidio tenían el doble de posibilidades de ser condenados a cadena perpetua sin libertad condicional que sus homólogos de raza blanca. Además, el 80% de las personas cumpliendo este tipo de condenas en Pennsylvania por delitos que cometieron cuando eran menores, es de color.

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Para ponernos en situación

En 2015, cerca de un 20% de los menores -1 de cada 5- en EE.UU. tenía ingresos inferiores al umbral de pobreza. Es decir, la unidad familiar -cuatro miembros- ingresaba al año menos de 24 000 dólares. Entre 2012 y 2013, el National Center on Family Homelessness Centro Nacional de Familias Sin Hogar, detectaba que 1,6 millones de niños viven en la calle a lo largo de un año.

Y las cifras se ponen más crudas: según un informe sobre el maltrato a menores en 2014, elaborado por instituciones oficiales de EE.UU., 1923 menores son abusados sexualmente o abandonados diariamente. 

Teniendo en cuenta el panorama que dibujan estos datos y los estudios científicos que confirman que el cerebro de los adultos es diferente al de los niños, parece evidente que un menor, en el ámbito penal, no debería ser tratado como un adulto. Hay que castigarle por sus actos, claro, pero también debe tenerse en cuenta todos los detalles que conforman cada historia para poder entender qué ha podido llevar a un niño, a un adolescente, a cometer un delito grave. Así, la justicia poder decidir, de forma individualizada, cuál es la mejor manera de conseguir su rehabilitación y posterior reinserción en la sociedad.