La mujer que cazó uno a uno a los secuestradores y asesinos de su hija

Las autoridades no hicieron nada por encontrar a los criminales, así que se tomó la justicia por su mano. Durante tres años investigó el paradero de los asesinos y los fue capturando

Una mujer persiguiendo por todo el mundo a los agresores que le destrozaron la vida. No, no es Kill Bill. Sucedió en México, y fue Miriam Rodríguez, una mujer de 56 años que se había pasado tres años de su vida persiguiendo uno a uno los responsables del secuestro y asesinato de su hija Karen, de 20 años, para enviarlos a la cárcel. Decidió convertirse en la investigadora del caso cuanto se dio cuenta de que las autoridades no harían nada por resolver el asunto. ¿El primer paso? Encontrar todos sus nombres, direcciones y entornos. “Se cortó el pelo, se lo pintó, se hizo pasar por encuestadora, trabajadora de salud y funcionaria electoral para conseguir los nombres y direcciones. Inventó excusas para conocer a sus familias: abuelas y primos que, sin saber, le daban los más mínimos detalles. Los registraba en un cuaderno que guardaba en el maletín negro de su laptop con el que hizo la investigación y los rastreó, uno por uno”, explica The New York Times. Y, así, descubrió todo sobre ellos.

Fue cazándolos y entregándolos a la policía. En total, 10 miembros de un cártel que habían secuestrado a su hija para pedir un rescate aprovechándose de que era una familia con dinero. Ellos pagaron, y pidieron más. Y siguieron pidiendo hasta que la mataron. Rodríguez descubrió demasiado tarde que no tenían intención de devolverla con vida, solo querían dinero y luego deshacerse de su cuerpo. A medida que iban siendo detenidos los responsables del cártel que secuestraron a Karen y la persecución se volvía famosa, los restantes recibieron la alerta y decidieron desaparecer. Se repartieron el dinero e intentaron rehacer sus vidas con diversas ocupaciones: desde unirse a una secta cristiana a hacer de niñera.

El último de los que detuvo se fue a vivir a la frontera con EE. UU. para vender y flores y gafas a las personas de paso que se encontraban ahí. Se le contó su abuela, a la que había visitado hacía unas semanas: "conocía sus hábitos, sus amigos, sus ciudades de origen, su niñez. Sabía que, antes de unirse al cártel de los Zetas e involucrarse en el secuestro de su hija, el muchacho había vendido flores en la calle. Ahora que estaba huyendo volvió al oficio que conocía y vendía rosas para llegar a fin de mes", recuerda el artículo. Ella se dirigió hasta Ciudad Juárez la ciudad que hace de frontera y, con una foto para reconocerlo, una pistola escondida y su rostro oculto bajo una gorra con visera, fue uno a uno entre los vendedores, intentando encontrarlo. Cuando lo vio entre la multitud, él la reconoció y salió corriendo. Pero no se iba a dar por vencida después de llegar tan lejos: Rodríguez lo persiguió, lo alcanzó de la camiseta, lo tiró al suelo, le puso el arma en la espalda y lo dejó así hasta que la policía llegó.

Pero Rodríguez no llegó nunca a acabar su búsqueda de justicia. El diez de mayo de 2017 fue tiroteada frente a la puerta de su casa. Había salido a continuar con su persecución, pero no llegó a acabarla. El caso conmocionó al país, porque sirvió para reflexionar sobre los problemas endémicos en México: un país absorbido por el cártel donde la justicia tienen que tomársela por su propia mano, porque las autoridades se niegan a actuar.