En medio del horror lo único que puede salvarnos es el arte

Cuando la situación se vuelve demasiado dura como para ser soportada, los seres humanos se vuelcan en lo único que le permite escapar a su mente

En su famosísimo libro El hombre en busca de sentido, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl nos explica cómo los horrores que presenció y experimentó en varios campos de concentración nazis le proporcionaron el sentido último de su vida: tener una actitud humana ante el sufrimiento. Frankl fue testigo de cómo el dolor, la pérdida y la tragedia deshumanizaba a muchísimos presos y los convertía en seres crueles. Pero también asistió a una de las maravillas del ser humano: personas que ante la más absoluta desolación, ante la muerte ineludible, ante la barbarie, se mantuvieron más humanos que nunca. Pero, ¿qué significa ser humano?

La profesora de filosofía Sarah Fine, del King's College London, repasa en un artículo para la revista cultural AEON algunos testimonios de supervivientes de campos de concentración nazi y llega a una conclusión muy clara: que los seres humanos necesitamos arte y sentido del humor para sobrevivir en la catástrofe. A veces incluso por encima de las necesidades básicas. Como explica la profesora, el propio Viktor Frankl relataba cómo "algunas personas estaban dispuestas a renunciar a su escasa ración de comida y olvidar su cansancio para asistir a las representaciones artísticas en el campo de concentración".

Es evidente que sin comida no podemos vivir. Es una cuestión biológica. Necesitamos calorías. Pero cuando las cosas parecen irremediablemente condenadas, cuando todo es oscuridad, parece que solo aquello que nos hace humanos nos permite seguir adelante. "La risa, los cuentos, el juego, el baile, la música: vemos que estas cosas también son necesidades básicas y componentes fundamentales de una vida decente", dice la autora. Palabras que, en boca de quien perdió a su mujer, a sus padres y a todos sus amigos, suena de esta otra manera: "El humor es otra de las armas del alma en la lucha por la autoconservación", contaba Frankl.

Pero Viktor no fue el único superviviente que documentó la importancia de la cultura y del humor dentro de los campos de exterminio nazi. El historiador israelí Otto Dov Kulka nos habla del "humor negro único" que desarrolló dentro de los mismos en su obra Paisajes de la metrópoli de la muerte. Como también recopila las enseñanzas que adquirió allí, en aquellas cárceles, gracias a otros prisioneros: la literatura de Dostoievski, el teatro de Shakespeare, las melodías de Beethoven o el humanismo europeo. Por supuesto, aquello no tenía nada de paraíso cultural. Era un horror. Pero el arte y el humor permitían apenas sobrellevarlo.

Incluso reberlarse contra ella de alguna manera. En la obra La noche, el escritor húngaro Elie Wiesel cuenta así cómo un violinista judío llamado Juliek interpretaba a Beethoven, música prohibida para los judíos, tras una jornada de máxima crueldad "en una barraca oscura donde los muertos estaban apilados encima de los vivos": "La oscuridad nos envolvió. Todo lo que podía oír era el violín y era como si el alma de Juliek se hubiera convertido en su arco. Todo su ser se deslizaba sobre las cuerdas. Su esperanza incumplida. Su pasado carbonizado, su futuro extinguido. Toco aquello que nunca volvería a tocar. Juliek murió esa noche". Pero murió humano. Es cuanto queda cuando no queda nada más.