¿Qué harán ahora los 2.000 clientes del ‘Telecoca’ de Madrid?

La semana pasada unos 250 agentes de la Policía Nacional asaltaron los 21 puntos de la organización en la capital incluyendo sus dos call center desde donde recibían los pedidos.

Si algo nos ha demostrado 2020 es que si no te pueden llevar algo a casa seguramente no lo necesites. Donde hay demanda habrá oferta y siempre habrá alguien dispuesto a satisfacerla sea cual sea y en el contexto que sea. El confinamiento, incluso en sus etapas más restrictivas, no fue una excepción y los únicos que asomaban la nariz a la calle en esas semanas eran los dueños de los perros y los repartidores de Glovo y Amazon. Además que sus condiciones laborales dejan mucho que desear, tenían que jugarse el infectarse para que a los confinados no les faltase de nada. Y cuando decimos de nada es, literalmente, de nada. Vamos que a la nariz de los farloperos más incondicionales de Madrid no les faltó el ingrediente mágico gracias a la tecnología del narcotráfico del s.XXI: el ‘telecoca’.

Con sus típicas motos y sus pintas de repartidor random pero con un sueldo de 6.000 euros al mes y vacaciones pagadas, los trabajadores del Telecoca desmantelado en Madrid la semana pasada eran de todo menos precarios. Encargados de los 200 encargos al día y de la red de 2.000 clientes fijos de la organización, los 10 repartidores llevaban meses recorriendo la capital como si llevasen los satisfyer del Amazon o la seis quesos del Papa John´s. Un disfraz perfecto que ocultaba un negocio perfectamente organizado en torno a una estructura empresarial dirigida por cuatro líderes colombianos. Esta especie de Jeff Bezos de la cocaína sabían muy bien lo que hacían puesto que habían importado su modelo de negocio directamente del país sudamericano.

Su éxito fue tal que los agentes de la Policía Nacional calculan que consiguieron mover en torno a 45 kilos de cocaína antes de caer, es decir, unos 2,5 millones de euros. Y todo sin hacer ruido, vestidos como corredores y deportistas en algunas fases del desconfinamiento y haciendo regalos de fidelidad a sus clientes más asiduos. La sobrada que llevaban estos sujetos era tal que al inicio del estado de alarma llegaron a escribir a sus clientes con un texto en el que se finalizaba diciendo: “os recomiendo que aprovechéis para desintoxicaros”. Pero como era de esperar, el negocio era tan próspero que acabó llamando la atención de la Policía Nacional y la semana pasada unos 250 agentes asaltaron los 21 puntos de la organización en la capital incluyendo sus dos call center desde donde recibían los pedidos.

En total, la policía intervino 85.000 euros en metálico, cuatro kilos de cocaína, 1.300 dosis, 10 motos y toda la parafernalia necesaria para envasar, pesar y preparar la droga para la venta. El chollazo de levantar el teléfono para montarte el cártel de Medellín en casa se había acabado y récords de ventas como la Nochevieja que vendieron 500 dosis en pocas horas serían cosa del pasado. Incluso los turistas, que según la investigación solían disfrutar de este servicio desde las habitaciones de hotel, se han quedado sin esta posibilidad si es que alguna vez regresan al epicentro del coronavirus en España. Tampoco los 28 detenidos, que con sueldos mínimos de 6.000 euros al mes y hasta arriba de trabajo durante el confinamiento parecían tener las vacaciones de verano solucionadas, podrán seguir alimentando adicciones a golpe de teléfono. 

Solo falta por saber cómo se reinventará el mercado de la droga para reabsorber este nicho al menos en Madrid porque resulta difícil creer que no hay sistemas similares en Barcelona, Valencia o Sevilla pero, como ya ha demostrado la última pandemia global, si hay demanda siempre habrá maneras de atender el negocio por mucho que el mundo se venga abajo y nos tengan metidos en casa 60 días. El vicio es el vicio y ni el virus ni los esfuerzos de la policía podrán evitar que la tecnología acabe por convertir el antaño oscuro negocio de la droga en algo tan accesible y random como pedirte un ramen un sábado por la noche. La respuesta a la pregunta inicial del artículo es fácil: llamar a otro o bajar a pillar. Quizá la pregunta que como sociedad deberíamos hacernos sobre las drogas no es el ‘qué’ sino ‘por qué’.  

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