Y Franco Fusiló Al Mejor Boxeador De Europa

Debió de suponer un gran placer para los sádicos torturadores poder apalizar al que había sido en otro tiempo el campeón de boxeo de Europa. Seguramente, a Carlos Flix le hubiese bastado un solo derechazo, como el que le había colocado en el Olimpo e

Debió de suponer un gran placer para los sádicos torturadores poder apalizar al que había sido en otro tiempo el campeón de boxeo de Europa. Seguramente, a Carlos Flix le hubiese bastado un solo derechazo, como el que le había colocado en el Olimpo europeo de los púgiles de los años 30, para tumbar a los tres interrogadores a sueldo de Franco que aquel día no buscaban información, solo venganza.

Sin embargo, eso hubiera traicionado los principios del boxeador, pues siempre declaraba orgulloso que nunca había "pegado a nadie fuera de un ring".

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"El matemático del ring"

Carlos Flix Morera nació en el barrio de Gràcia de Barcelona el 27 de junio de 1907, y con tan solo 18 años entró en la categoría profesional del cuadrilátero. Con esa edad ya llegaba a cobrar 25.000 pesetas por un combate, lo que sería el equivalente a una pequeña fortuna, y con 21 ya había conquistado el título de campeón de España y se paseaba por las angostas callejuelas de la ciudad condal a bordo de un Ford de gran cilindrada, su gran pasión.

No era sencillo tumbarle, por algo le apodaban el "matemático del ring". Pegaba poco, pero cuando lo hacía, sabía donde golpear. Era uno de esos escasísimos luchadores que nos regala la historia, de esos que no dejan que ni la ira, ni la chulería, ni el ego les domine en un combate: solo Flix gobernaba a Flix encima de la lona.

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Mientras unos navegaban por el oleaje de la rabia y la impotencia con la vana esperanza de dar con un buen puerto, él era rey de su isla. Calmado y preciso, su boxeo de estilo quirúrgico, justo el contrario al que encumbraría al vasco Ibar Urtain décadas después, fue lo que le llevó a conseguir el título europeo contra Bernasconi.

"Si quiere vencerme, tendrá que tumbarme", declaraba Flix unos días antes del gran combate. No era un vacile, era una justa sentencia, un enunciado carente de toda clase de subjetividad o bravuconería: sabía que solo podría perder si era noqueado. Era muy consciente de su preparación física y habilidad. 52 kilos de puro músculo, fibra y hueso al servicio de una coordinación perfecta.

Ni siquiera necesitaba derribar a Bernasconi, bastaba con ir colándole ganchos, jabs y uppercuts. Los contrincantes subieron al cuadrilátero de Las Arenas de la capital catalana el 26 de septiembre de 1929. Sonó la campana y, 15 rounds más tarde, Flix se alzaba como el nuevo campeón del viejo continente.


La Guerra Civil y el coche confiscado

Llegó el 1936 y la Guerra Civil. El bando republicano dominaba Barcelona. Los anarquistas no veían con buenos ojos a Carlos Flix, porque en aquella época los boxeadores, ricos y famosos, eran lo más parecido a un futbolista de hoy en día. Confiscaron su flamante Ford, la niña de sus ojos, lo que no debió gustarle.

Se alistó al ejército, en el que hizo de chofer, y según cuenta el historiador británico Nick Lloyd, especializado en la posguerra española, fue también el guardaespaldas del President Lluís Companys, muerto a manos de Franco tras una tremenda farsa vilmente llamada "consejo de guerra". Otras fuentes, sin embargo, demuestran que fue su amigo Gironés el que hizo de escolta del político.

Lo cierto es que Flix jamás pareció dar señas de convicción política, ni de un bando ni de otro. Lo suyo era subirse un ring, conducir y jugar en los billares de Gràcia junto con sus amigos también boxeadores, Gironés "el Canario" y Ros "el Tulipán", con los que conquistaría las mieles del éxito pugilístico, trío de oro del boxeo español apodado "los Tres Mosqueteros".

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Los Tres Mosqueteros: Ros, Gironés y Flix.

Cayó la República, y los franquistas entraron en Barcelona. Flix huyó junto con sus camaradas hasta la frontera de Francia, pero a diferencia de los demás, él se sabía inocente de cualquier crimen que pudieran imputarle los fascistas. No había matado a nadie, no empuñó ningún fusil que disparase contra nadie del bando nacional y pensó que podría demostrarlo ante una opinión que dejó de ser pública en el momento en el que los tiranos tomaron el poder. Aquél fue el peor KO de su carrera.


Cómo morir una sola vez

Fue detenido y torturado. Se le acusaba de pertenecer al SIM, el Servicio de Inteligencia Militar de los republicanos, y de haber participado en interrogatorios a "españoles de bien" utilizando un látigo. Aún después de haber sido terriblemente vapuleado, mantuvo su inocencia hasta el final, tal y como atestigua la declaración policial de aquel fatídico 12 de febrero de 1939.

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Las últimas palabras del atestado: "Niega los cargos que se le imputan. Que no tiene nada más que decir y que lo dicho es verdad". Sobrio, tranquilo y matemático. Si querían vencerle, tendrían que tumbarle. Y ya se sabe lo que decían los romanos: "los cobardes mueren infinidad de veces, los valientes, tan solo una".

Un periodista de la época asegura que cuando le colocaron al frente del pelotón de fusilamiento solo había un cuerpo sin vida. Sus torturadores se habían cebado con él, no cada día caía entre sus garras un campeón de Europa. Investigaciones posteriores aseguran que la única razón por la que finalmente fue asesinado fue por un enemigo personal que pertenecía a la Falange. Sus restos descansan hoy en el Cementerio de Montjuïc, en el Fossar de la Pedrera, junto con otros 4.000 ejecutados y ejecutadas del franquismo.

$!Homenaje a los fusilados por el franquismo en el Fossar de la Pedrera

 

Crédito de la imagen: Arxiu Nacional de Catalunya /  Neus Prats.

Gracias a Nick Lloyd, por su tiempo y palabras.