El español de 13 años que acabó convertido en un 'cachorro del ISIS'

Sus padres han avisado de que ha sido detenido y ha ingresado a una cárcel para niños radicalizados en Siria

Tienen entre 11 y 17 años, son alrededor de 100 chavales y vienen de países de todo el mundo. Son "los cachorros del ISIS" y tienen en común una cosa: su adolescencia ha sido completamente dividida en dos. El antes, con la radicalización islámica para convertirse en soldados yihaditas, la mayoría, como sus padres; y el después, la cárcel. Ese lugar inhóspito alejados de sus familias donde las autoridades kurdas tienen la misión de revertir su fanatismo en uno de los primeros centros de desradicalización para hijos de muyaidines.

Allí es donde está, probablemente, Abdurahman Aabou Fernández, un madrileño de 13 años, según relató su madre a El País. "Dicen que se lo han llevado a un colegio, pero es una cárcel porque las madres no podemos ni hablarles ni verlos", explicaba al diario Luna Fernández Grande, una yihadista madrileña de 34 años. Junto a él, otros cinco chicos de entre 13 y 16 años, además de un joven de 21, fueron trasladados del campamento donde vivían a uno de los famosos "campos de desradicalización". No está claro ni cómo son ni dónde están exactamente estos lugares y algunas organizaciones aseguran incluso que se encuentran en el interior de las temidas cárceles para relató su madre a El País.

Lo último que Luna supo de su hijo es que salió para ir al baño y a rezar. Luego, su tía vio cómo unos soldados se lo llevaban. "Ni siquiera me dio tiempo de darle dinero", le dijo a Luna su cuñada. El padre del joven es un famoso yihadista que falleció y, aunque toda la familia sabe que pertenecer al ISIS es una elección de alto riesgo, no saber dónde está tu hijo siempre es una situación de angustia.

La mayoría de los niños ingresados en la cárcel para menores de Houri, donde presultamente está Abdurahman Aabou, son iraquíes y sirios, aunque también hay rusos, paquistaníes y europeos de diversos países, según explica el mismo artículo. Están allí hasta que cumplen los 18 y son trasladados a tremendos centros penitenciarios donde cualquier observador neutral detecta violaciones de derechos humanos. La periodista de El País que escribe la pieza lo describe como un colegio con pinta de monasterio, con vallas y muros repletos de alambado y concertinas y custodiado por guardias en los cuatro vientos. La jornada allí dentro consiste en estudiar y hacer deporte. Los chavales duermen de diez en diez en dormitorios con literas.

Desde la caída del Estado Islámico hace alrededor de dos años, para los antiguos combatientes de este grupo las cárceles kurdas del noreste de Siria son la peor pesadilla. Las fotos que se han publicado de esos lugares muestran cientos de hombres hacinados en salas mínimas donde apenas llega la luz natural. Cerca de esas zonas, en campamentos, se instalan las familias, sobre todo, mujeres y niños que viven en tiendas de campaña entre la tierra y el lodo esperando poder volver a reunirse con los excombatientes. Está claro que el ISIS ha sembrado el miedo durante años y, ahora que han perdido el control de la zona, la venganza más cruel está cayendo sobre ellos e incluso sobre sus hijos.