Entrevista con un cleptómano mientras 'toma prestadas' cosas de un supermercado

“En el momento pienso: ‘¡anda, mira que muñeco más chulo’! Pero después lo tengo en casa sin hacerle ningún caso"

Andrés —nombre ficticio— empezó a robar cuando vivía solo en un piso de Barcelona hace cuatro años. No tenía más de 500 euros para pasar el mes, por lo que era habitual que en el súper se llenara los bolsillos de productos que no pensaba pagar. El problema es que con el tiempo este joven, de ahora 22 años, ha tomado confianza y ahora se dedica a 'coger' algunas cosas que necesita, pero muchas que no. Aunque a él no se le pase por la cabeza, este es un rasgo típico de la cleptomanía, un trastorno cuya característica principal es tener la dificultad recurrente para controlar los impulsos de robar cualquier tipo de objeto. Así que hemos pensado que el mejor lugar para entrevistar a Andrés es el supermercado cuando entra en acción. 

Motivación para robar

Mientras nos movemos por la superficie en busca de almuerzo, cuenta que cuando está a punto de perpetrar un hurto no se lo piensa demasiado, "lo hago y punto". Los productos que se suele llevar sin permiso pueden ser desde unos Donettes que no le apetece pagar hasta algo sin utilidad que, por 1.000 vueltas que le dé, nunca le será de interés. 

"En el momento pienso: ‘¡anda, mira que muñeco más chulo!' pero después lo tengo en casa sin hacerle ningún caso. También cojo gomas de pelo, esos trastos que hacen burbujitas y velas del Natura. Son cosas que acabo tirando o regalando”, cuenta Andrés que, acto seguido y sin que apenas pueda darme cuenta, esconde en el bolsillo de su cazadora un brazalete para mujer bastante feo —vaya, que nunca se lo pondría—. Después, sigue caminando por el lugar como si nada. 

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La actitud de Andrés muestra que, en ocasiones, tiene un deseo irrefrenable de robar. Una sensación que es justamente el principal síntoma de la cleptomanía, según el director clínico del Instituto Madrid de Psicología, Héctor Galván, que al mismo tiempo, añade: “la persona experimenta una sensación de tensión que aumenta justo antes del robo, seguida de bienestar, recompensa o liberación cuando finalmente lleva a cabo el hurto”. Unas emociones que, mientras caminamos hacia la salida, Andrés reconoce que se apoderan de él cada vez que sale victorioso de sus hazañas. Al cabo de unos segundos, cruzamos la puerta, nos plantamos en la calle y llega esa liberación que hace que lo que debería ser reprochable sea, para él, reconfortante. Ha vuelto a ganar. 

Cómo gestionarlo en el día a día

Robar implica pagar un alto precio. Lo que suele pesar más a los cleptómanos es que, después de cometer el acto, pueden "sentirse deprimidos, avergonzados o culpables porque saben que lo que han hecho es ilegal e ilógico", agrega el experto. El hecho de que en una ocasión pillaran a Andrés en otro supermercado y que uno de sus amigos llegara incluso a ir a juicio, muestra que podrían haber tocado un punto crítico. Pero afortunadamente, nada está perdido. Galván asegura que es posible acabar con la cleptomanía "acudiendo a consulta, donde el principal tratamiento es la Terapia Cognitivo-Conductual. Esto se debe a que el trastorno puede presentarse junto a otros trastornos mentales —depresión, ansiedad, bulimia o trastornos de la personalidad— y, según algunas investigaciones, la cleptomanía se relaciona con anormalidades en el neurotransmisor cerebral que regula el estado de ánimo".

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Pero aunque exista dicha solución, Andrés está lejos de dar este paso: "me he planteado dejar de robar porque se supone que está mal. Pero lo sigo haciendo porque ya lo he hecho y siempre tengo la oportunidad". La misma actitud despreocupada que materializa cuando nos encontramos a una amiga suya por la calle y le regala esa pulsera robada en el supermercado que, desde el primer momento, supo que no quería. Aunque, más que por indiferencia, este gesto también podría deberse a que no quiere tener consigo un objeto que le recuerde que no puede evitar robar, que es capaz de atraer cabreos, problemas legales y enemistades en situaciones en las que, en principio, no debería ocurrir nada.