Confesiones de un periodista de sucesos: los crímenes que todavía no le dejan dormir

¿Psicópata loco o fruto de la sociedad? La pregunta que se hacía el periodista Francisco Pérez Caballero mientras cubría las huellas estos crímenes

El caso Alcàsser no necesita presentación. El caso Alcàsser, otro crimen adolescente, tampoco. La muerte de la familia Barrio o el misterioso caso de Helena Jubany son dos nombres más que se suman a la larga lista de crónica negra de nuestro país. Ya sea por el morbo, por el miedo o por las ansias de conocer los peligros que nos rodean, estamos enganchados a estos crímenes. Cada vez que alguien los menciona, nos absorbe la curiosidad y queremos saber más.

Es lo que le pasa a Francisco Pérez Caballero, un periodista madrileño que se ha especializado en crónica negra. Ha publicado varios libros sobre los asesinatos en nuestro país, Diccionario Espasa de Asesinos y Dossier negro, entre otros. Es en este último libro en el que incluye los casos más retorcidos, esos que despiertan nuestro interés hasta límites macabros, esos tan retorcidos que le angustian solo de recordarlo.

Pérez Caballero cree que es importante recordar estos crímenes, y no solo por el morbo. “En decenas de ocasiones he escuchado en la escena del crimen voces que califican al asesino de loco: ‘seguramente se le ha ido la cabeza, no podría estar en sus cabales’. Es la manera que tiene la sociedad de protegerse. Aceptar que el autor de algo terrible se parece a cualquiera de nosotros es demasiado aterrador. Y, sin embargo, así es. El criminal es un ser humano, fruto de la misma sociedad en la que nos movemos”, explica, justificando su libro más allá del morbo. Estos son tres casos de asesinatos terribles que siembran esta duda: ¿psicópata loco o consecuencia de nuestra disfuncional sociedad?

1. El asesino de la baraja

Era 2003 cuando se encontró el primer cadáver en Madrid. Asesinado en la calle, un joven de 30 años apareció muerto con un as de copas en el pie. Un mes después, dispararon a otro hombre, sobrevivió, pero le destrozaron la cara. El atacante dejó atrás un dos de copas. Las siguientes víctimas fueron un matrimonio asesinado a tiros en la calle y a pleno día: eran el tres y cuatro de copas. Aquí se desató el pánico, porque según Pérez Caballero, el asesinó dejó un mensaje: “puedo mar a quien quiera, cuando quiera y donde quiera”.

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No se sabía bien por qué lo hacía. “Se trataba de muertes arbitrarias, sin vínculo entre las víctimas. Algunas de ellas quedaban marcadas por un detalle pintoresco: una carta de la baraja española. Como si el crimen fuera un juego”, explica el libro. Sin embargo, sí que se encontró una relación entre los asesinatos, el lugar. Si se unían con líneas los puntos de los muertos, se podía hacer un pentagrama, símbolo del diablo. Pero inacabado: faltaban más víctimas.

Al cabo de un tiempo, el asesino se entregó. Sabía que podía librarse y haber burlado a la policía. Pero si no se entregaba, nadie sabría que habría sido él. Así que Alfredo Galán se entregó, lo contó todo. “¿Por qué lo hiciste?”, le preguntaron. “Para demostrar que matar es fácil”. “¿Y qué sentías?”. “Indiferencia”. Durante sus declaraciones afirmó haber matado hasta seis personas, pero solo dejó cuatro cartas. Lo peor, según el autor, es que Galán en todo momento no creyó que fuera mala persona.

2. El feminicidio de Os Tilos

Era 1988 en Os Tilos Galicia. Un vecino escuchó un ruido en la casa de al lado y llamó a la policía. Cuando llegaron, tocaron a la puerta. Silencio. Volvieron a tocar, dispuestos a tumbarla, cuando dijo una voz: “esperen, no acabé”. Unos segundos después, abría la puerta un hombre bañado en sangre que dejó el acceso a los policías. Dentro, se encontraron a una mujer “cosida a puñaladas y totalmente descuartizada”.

El motivo del asesinato fue porque, según él, “ella quería quitarle sus hijas”. Y él “no podía consentir que se saliera con la suya”. El asesino, profesor de ciencias naturales, la mató y sacó uno a uno sus órganos del cuerpo hasta los ojos, disponiéndolos a su lado como si fuera una exposición de un libro de anatomía. “Los órganos estaban lejos del cuerpo, que, aunque para él tenían orden —no dejó pasar a la guardia civil hasta que acabó y se sintió satisfecho con el resultado—, no lo tenían para nadie más”, añade el libro. Según los forenses, probablemente era una forma de mostrar poder y control incluso más allá de la muerte, dominando hasta el último de sus órganos.

A pesar de que el hombre necesitaba tratamiento psiquiátrico llegó a creer que su mujer era un vampiro, este crimen no se puede achacar simplemente a la obra de un “loco”. Es un caso de feminicidio, y uno de los más agresivos de España. Era a finales del 90, como explica el autor, “mucho antes de que se usasen términos como ‘violencia de género’”, por lo que la mujer, pese a su muerte violenta, no se libró en algunas columnas y comentaristas televisivos de ser juzgada porque “a saber qué hizo para que un hombre se volviera así de loco”.

3. Los crímenes de Puerto Hurraco

“Las muertes terminaron cuando los hermanos Izquierdo quisieron, cuando dejaron de cargar las escopetas, no porque se quedaran sin munición, sino porque se cansaron de matar”, relata el autor, mientras visitaba este pueblo extremeño donde en 1990 hubo una matanza.

Los perpetuadores del crimen fueron Emilio y Antonio Izquierdo, que dispararon a bocajarro en la calle principal. Las primeras víctimas, dos adolescentes de 12 y 14 años, así hasta siete víctimas y nueve heridos graves, muchos de ellos con heridas crónicas. ¿El motivo? El historial familiar: los Izquierdo odiaban a los Cabanillas por un lío amoroso y juraron destruirles la vida. Jerónimo, hermano mayor, asesinó a un Cabanillas a puñaladas y fue ingresado en un psiquiátrico tras agredir a otro. La madre de Izquierdo murió en un incendio fortuito pero que, según ellos, fue provocado por los Cabanillas y auspiciado por el pueblo de Puerto Hurraco.

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Las hermanas de Emilio y Antonio, Luciana y Ángela, fueron acusadas de ser la mente pensante y de haber intoxicado la mente de sus hermanos diciendo que debían vengarse de su pueblo por los ataques a su honor y a su familia. En entrevistas posteriores, las hermanas reconocieron escuchar voces que venían de luces y del más allá, así que fueron ingresadas en un hospital psiquiátrico.

Según el autor, estos crímenes multitudinarios podrían haberse evitado si se hubiera investigado su salud mental ante los primeros indicios de desequilibrio: ellas ya habían llamado a la Guardia Civil porque “las voces [que oían desde la muerte de su madre] no las dejaban dormir”. Al final, las víctimas colaterales fueron los Izquierdo que nada tenían que ver con la masacre porque, como explica el autor, sufrieron estigma, siendo analizados hasta el milímetro, viéndose obligados a dar justificaciones sobre crímenes que se les escapaban.