Estas señoras visten a sus perros con disfraces para niños

El festival Can'aval Kanaya de Cornellá es el concurso que demuestra, para bien y para mal, que cada mascota es la viva imagen de su amo

Me duele un poco la cabeza, así que proyecto toda mi rabia en el butanero, que se pasea por la plaza de San Ildefonso de Cornellà, con sus mazazos en las bombonas, como si fuera el líder de una batucada. Desde los bloques, varios brazos se asoman en una sincronizada coreografía para pedir su ración de gas. Detrás de los brazos, varios cuellos extensibles se alargan para ver lo que se ha montado: el mítico Can'aval Kanaya de Cornellà.

En medio del barrio hace años que se celebra un concurso de disfraces de perros que premia con un saco de pienso al dueño que ha arrojado con más rotundidad toda su creatividad en una mascota que no entiende qué ha podido pasar. ¿Por qué llevo un lazo rosa en la cabeza, teniendo en mi ADN restos de lobo?, se debe preguntar ese mil leches de pocas luces vestido de gala.

Faralaes tamaño canino

Los colores de trajes de vikingo, dinosaurios y diablesas a conjunto de chuchos de todos los tamaños me traen una frase a la cabeza: "el mundo, un escenario", especialmente cuando los disfrazados se mezclan con señores que vienen de buscar el pan y parejas adolescentes que se acercan atraídas por el sonido roto de los altavoces que anuncian el principio del desfile. Porque los disfrazados no son solo las mascotas. Aquí hay un trabajo conjunto entre dueños y perros, que combinan humildes pero barrocos trajes de faralaes tamaño humano y tamaño canino con más acierto que gracia.

Los primeros en exhibirse son los de raza pequeña, en su mayoría yorkshires decorados con atrezzo del bazar del barrio. Les siguen los de raza mediana, que no han tenido mejor suerte. La mayoría visten con disfraces claramente diseñados para niños: desde un Batman hasta una bailarina. Obviamente, la talla no es 100% para ellos, pero dan el pego. Los quiero abrazar y mecer a todos. Finalmente, son los pesos pesados los que pasan a la palestra. Ellos son los más afortunados: no hay demasiada competencia —a penas tres o cuatro—. Y no me parece casualidad.

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Perros todoterreno en pisos de 60 metros

Los pisos del barrio no suelen pasar de los 60 metros y sus vecinos suelen superar los 60 años. No hay lugar para perros que demanden demasiado espacio ni energía. En general, las razas grandes quedan relegadas a las familias de camisas planchadas que viven por encima de la Diagonal. Esos Labradores de pelo brillante que se llaman Brenda, los Huskys bautizados como Zesha o los peores, los Beagles con referentes coolturetas: he llegado a escuchar desde Nietzsche hasta Kandinsky. En universo Dioses griegos también suele ser recurrente: Apolo y Zeus, sin duda, son los más exitosos.

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En este festival, en cambio, no veo ni un solo perro de raza: todos son mucho mejores, perros todoterreno donde ni siquiera se puede entrever si sus abuelos tenían algo de Pastor alemán. Una especie de misterio canalla de la naturaleza. De hecho, si sus patas y sus orejas ya no tienen ninguna sincronía estética, disfrazados evocan un extraordinario mundo mitológico: animales con cola de pez, orejas de gato y patas de escarabajo.

Cuando acaba el desfile, los premios se reparten: un perrito microscópico con un cuello de puntilla blanca se lleva el primer premio. Le sigue otro con bozal y espíritu guerrero disfrazado de angelito, que exhibe la belleza más pura de la contradicción. Finalmente, en tercer lugar queda la mascota con un lejanísimo aire a Lassie, la que se zarandea con un tutú.

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Las mascotas son un termómetro de la idiosincrasia de un lugar: están los sitios donde se aparenta y los que dejan fluir al descubierto sus gracias y sus miserias. De hecho, si has sospechado que los perros se parecen a sus amos, estás en lo cierto. Elegimos a nuestras mascotas igual que a nuestras parejas, según descubrió un investigador de la Universidad de San Diego.

Que todo ocurra en una plaza rodeada de bloques con vecinos curiosos asomados lo corrobora. Aquí estamos en tierra de Bolitas, Elvis, Whiskys y muchos Rex, claro, el perro que arrasaba en los noventa, que ladraba desde la tele, siempre sobre su tapete de puntilla blanco, rodeada de la fotos de la primera comunión del sobrino con traje de marinerito, una Toffe Eiffel a la que sacarle polvo y su botijo de barro con letras de Cuaderno Rubio que dice "Recuerdo de Toledo".

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