Hostias, meadas y orgasmos: dominadores sexuales nos cuentan sus experiencias

La relación entre un amo y su esclavo es mucho más que vejaciones a cambio de dinero

Llega un momento en el que algo en la cabeza te hace ‘click’ y te das cuenta de que el sexo es muuuuucho más que correrse. Es olvidarnos de nosotros mismos, de lo que somos, de quien creemos que somos e, incluso, de dónde estamos, para sumergirnos en un universo en el que la mente desaparece y solo somos cuerpo y deseo. Los misterios de la carne y de la conexión humana son tan inescrutables y amplios como la cantidad de relaciones y experiencias que viviremos a lo largo de nuestra vida. Y no me digáis que no es increíble y sobrecogedor descubrir partes de ti que no sabías que tenías dentro. Bienvenidos al mundo de los juegos sexuales. Empecemos por 1º de Dominación.

D., G. y J. son tres dominadores con perfiles muy distintos con los que he reflexionado sobre lo que nos lleva a superar el sexo romántico-normativo y adentrarnos en territorios de roles, fantasías y aventuras. Cada uno ha llegado por un camino distinto: la curiosidad infantil de ojear las revistas eróticas sadomaso o la madurez emocional de asumir que es el camino lógico de una personalidad egoísta. En el caso de D., la chispa la prendió una situación concreta: "Follarme a un cani que me suplicó que le mease en la boca y le diera por culo en el balcón de su casa, tan excitado y deseoso de someterse a mí, que le dio igual que todo el bloque le viera cuando le encerré fuera en pelotas y seguí bebiéndome la litrona mientras me hacía una paja. Aquella madrugada, entre hostias, meadas, grabaciones, insultos y vejaciones, invoqué y desaté la bestia". 

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Dominar y/o ser dominados

Una personalidad fuerte y querer controlar la situación, unidos al abandono y la confianza que sentimos cuando experimentamos una conexión tan fuerte en la que estamos dispuestos a poner nuestro cuerpo y nuestras emociones en las manos y en las órdenes de alguien que va a hacernos suyos: esta es la base de una relación de dominación. Están los que buscan el puro y auténtico desprecio, tanto físico —azotes, escupir, mear en la cara— como verbal — algunos de los nicknames de nuestros dominados son 'cachomierda' o 'sacolefa'—. A los tipo 'perro' les encanta que les traten como animales. Un sueño para cualquiera serían los esclavos domésticos, que se excitan limpiado la casa de su amo. Los del tipo 'cash' te otorgan poder sobre su cuenta corriente para que les des la paga, si se lo merecen. Los tres dominadores coinciden en que no podrían definir claramente un perfil estándar del sumiso. Clase alta o clase baja, guapos o feos, pijos o canis, cualquiera puede disfrutar de entregarse. Loose yourself to dance, pero en versión sexual.

La dominación tiene más de psicología que esa mecánica de carne grotesca que nos ha vendido el porno. Esto no va de un machirulo mazado sometiendo violentamente a un llorica con cara de angelito. Los amos se lo curran más que los dominados, aunque parezca todo lo contrario. G. tiene por cliente a un vigilante de reformatorio. "Es una persona que trabaja continuamente poniendo límites, y me dice que necesita esto para liberarse por completo. Ahí hay un juego mucho más sutil, de tira y afloja, de control". ¿Pero queréis solo escatología? Si se trata de introducir objetos por el ano, me cuentan que desde una escobilla del wc hasta un plátano. Entero. Y luego, sodomizarle con él dentro, hasta hacerlo batido. "Aquí está tu bebida, esclavo". Glup.

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En la dinámica del sometimiento, los limites se vuelven confusos. "Hay veces en las que el sumiso se niega, pero no sabes si es parte del juego", admite D. "El otro día tuve que decir que no a uno que me pedía que le clavase agujas, pero es una fobia personal", me cuenta J. "El limite yo lo pongo en mi cintura", explica G, con una metáfora de que es algo totalmente sexual: nunca involucrarse emocionalmente. Nada de besos, nada de caricias: solo menosprecio a cambio de dinero. Estas relaciones son más casuales de lo que parece, aunque impliquen una conexión que muchos de nosotros nos parezca muy profunda. "Es complicado conectar realmente con una persona que se someta a ti, pero cuando sucede, es una experiencia religiosa", expone J.

"Esto te va a sonar raro, pero lo único que quiero es complacerte"

No todas las prácticas tienen un carácter sexual. Por ejemplo, a D. le encontró por Grindr un hombre de 300 kilos, "rollo gordo cabrón de Austin Powers", que el primer día le dejó un perfume carísimo pagado en una tienda. "¿Quieres una foto para que te demuestre que soy yo?", le preguntó. "No, no. Esto te va a sonar raro, pero lo único que quiero es complacerte". Todos los meses, le ingresaba unos 100 euros en una tarjeta para que se comprase cosas. Lo que él quisiese, sin esperar nada a cambio. Estuvo haciéndolo durante un año, hasta que le dijo que había conocido a un chico que no le molaba ese rollo, "y me hizo un último ingreso de 400 euros, creo que a modo de despedida. No he vuelto a saber nada de él". Otro le dio 50 pavos por llevar los mismos calzoncillos durante una semana y enviárselos por correo. Un pijo de La Moraleja le pagó un taxi hasta su casa y 70 euros para chuparle los pies.

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Ah, el dinero. ¿Símbolo de respeto o condición sine qua non? G., con su clientes, tiene claro que es un intercambio de energías y la pasta es la única forma de equilibrarlo. Él domina, pero siempre teniendo muy en cuenta a su sumiso. Hacer sufrir, para el disfrute ajeno. Suelen pagarle desde 50 euros por sesión de media hora hasta 200. Depende del cliente. "Cliente. No me gusta ese término", interrumpe J. "Yo no cobro, me dejo pagar", matiza. "El dinero marca el respeto hacia el trabajo. Si me dices que me das 20 euros, me parece una falta de respeto, porque no está valorando ni siquiera el tiempo que estoy invirtiendo en ti". Sin embargo, D. domina por el mero placer de hacerlo y, para él, el dinero es una variable que a veces entra en juego.

Al final, el dominador se lo está currando. Es mucho más activo y debe estar todo el rato controlando la situación. No nos confundamos, la dominación no es simplemente una cuestión de sentir placer al infligir daño a otra persona, el sadismo es sólo un parte de la ecuación. En las relaciones de dominación el sumiso se libera de si mismo y es el amo quien decide, en función de lo que a él le gusta y de lo que su sumiso anhela, el juego o la situación que van a protagonizar ambos. Ser jefe no es tan fácil y ser un buen jefe, aún menos. Y si trabajáis, sabéis de lo que estamos hablando. Por eso, que haya un intercambio económico es un aliciente que hace que haya más ganas, que el esfuerzo se vea recompensado y que el sumiso le demuestre a su amo el valor que para él tiene y cómo le libera al someterle. Qué cosa tan bella el abandono.