La triste historia del “te quiero, pero…”

Me quieres, pero… ¿pero qué a ver, qué? Si quieres, quieres; y si no quieres no quieres. Pero, en serio, no marees. No vendas un “te quiero, PERO”.

Me quieres, pero… ¿pero qué a ver, qué? Si quieres, quieres; y si no quieres no quieres. Pero, en serio, no marees. No vendas un “te quiero, PERO”. Puto PERO. Traduce además tú el pero de las narices. Porque todos los putos peros de los “te quiero, PERO” son odiosamente iguales. I-gua-les.

"Te quiero, pero no es el momento".

"Te quiero, pero ahora no busco algo como lo que tú buscas".

"Te quiero, pero hay alguien más".

"Te quiero, PERO...".

Los “te quiero, PERO” son un atentado a la honestidad y una oda al narcisismo. Porque un “te quiero, PERO” es, por definición, la respuesta a un te quiero sin peros. A un te quiero de verdad. A alguien que ha encontrado el valor, o la desesperación quizá, para vencer todas las inseguridades propias y ajenas y lanzarse al vacío sin red de la declaración. Y uno, antes de la declaración, está preparado, y mal, para dos cosas. O sí. O no. Y ya.

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El sí es, obviamente, el mayor anhelo, la esperanza de toda madrugada insomne. Y el temido “no” es el suelo descomponiéndose, el desamor, el rechazo. Aquel que se declara lo ha pensado todo. Ha fantaseado con el sí de la manera más ñoña y ridícula y ha temido el no con un corte de angustia atravesándole la garganta.

Para lo que no estaba preparado era para un “te quiero, PERO…”. Porque los “te quiero, PERO” son un rechazo incluso más amargo que los no te quiero. Porque cierran la puerta principal pero dejan abierta una ventana. O hacen al menos creer a uno que la ventana se puede abrir. Te hacen, en definitiva, seguir atado a la misma esperanza.

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Por eso un “te quiero, PERO” es egoísta. Porque el receptor del te quiero sin apellidos ni preposiciones se sabe con la sartén por el mango. Y a todos, en mayor o menor medida, nos gusta sabernos por la sartén por el mango y nos gusta quedar bien. Y ese “te quiero, PERO” es la respuesta del bienqueda que se sabe con la sartén por el mango. Y que además, es egoísta.

Egoísta por no pensar que lo último que necesita aquel que se declara es una esperanza estúpida a la que aferrarse. Porque esta impide cerrar episodios, dificulta, por así decirlo, el comienzo del duelo emocional. Porque si hay un “pero”, es que hay un quizá y si hay un quizá, es que no merece la pena renunciar. Y mientras, la vida pasa, y el rechazo, aunque maquillado, sigue ahí. Así que, por favor, sé valiente y honesto, a veces decir “lo siento, pero yo no siento lo mismo” es la mayor de las consideraciones.

Crédito Imagen: Andrea Torres Balaguer