Fuí sola a un club swinger a investigar como son los intercambios de pareja

Soy mujer, soltera y quise ir sola. Teniendo en cuenta esta descripción, el escenario que se me presentaba en el club de swinger era bastante complejo.

Una noche conocí a un hombre que me preguntó: “Tú y yo ya hemos follado antes, ¿verdad?”. Creía haberme penetrado visto en un club swinger. “Ahí no se deben ni presentar”, fue mi primera reflexión sobre el tema, porque calzo un nombre difícil de olvidar. Pero esa extraña pregunta instaló las ganas de tachar de la lista de “Antes de los 30...” una visita a uno de estos lugares de sexo porque sí. Había escuchado hablar de los locales en los que se hace intercambio de parejas o simplemente sexo en grupo y también sabía que se organizaban orgías entre grupos privados. Decidí probar primero con el club. Y lo intenté. He estado en la puerta dos veces. Una, no fui capaz de entrar. Y en la otra, fui incapaz de disfrutar.

Detrás de la puerta del club

Cuando conseguí traspasar la puerta, sentí que la conexión entre las personas era fría, sin ropa o con muy poca. Te juzgan miradas, te eligen por lo que ven, no por cómo eres, no les da tiempo a saberlo. Te desplazas a un reciento donde el sexo lo es todo, sin más. Y no, a veces ni quieren que te presentes.

Soy mujer, soltera y quise ir sola. Teniendo en cuenta esta descripción, el escenario que se me presentaba en el club de swinger era el siguiente:

1. Te sientes más objeto que nunca porque tú entras gratis a diferencia de tus congéneres con pene. Sabes que eres el caramelito del lugar. O tienes muchísima seguridad, o sales corriendo.

2. Tus practicas sexuales se reducen a estas dos: participas en tríos o juegas sola.

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No me sentía cómoda, no sabía qué se me había perdido ahí, y en pleno debate personal de si será que al sexo sin compromiso le pido algo más que satisfacer mi lado animal, me llegó un mensaje al móvil. La excusa era un cumpleaños, la propuesta: una orgía privada. Y tuve que preguntar más, claro. El club swinger me había generado dudas e inseguridad y quería volver a sentir el calor que provocan las ganas. La entrevista para escribir este artículo fue la razón profesional de la cita.

Sexo entre amigos

Una película: La Lista. Pablo que prefiere no dar su apellido al igual que los demás entrevistados, uno de los creadores de la iniciativa, descubrió ese título y desde entonces quiso crear un grupo en el que hacer explotar la libertad a través del sexo. “Nadie es libre desde el momento en que respetas normas en un trabajo o en la calle. El sexo en grupo elimina prejuicios y te permite liberarte de ataduras”, me dice el anfitrión. El primer filtro que superas es intelectual, el grupo no es muy numeroso y nace de amistades en común. Te juzgan conversaciones y, si tienes ganas, te quedas porque sabes que algo pasará. El morbo y la curiosidad iban por delante en esta conversación, pero el sexo no acaparaba cada segundo.

Según avanza la conversación, se ganan mi comodidad. Me preguntan por mis dudas, mis miedos, mi opinión y qué me mueve hasta ellos. Se saben mi nombre y mis razones. Esto promete. Todo empezó cuando Pablo y su pareja contactaron con un grupo de amistades a quienes consideraban con una filosofía sexual similar y comenzaron los juegos. Siempre empiezan con cerveza, otras veces con cine. El día de nuestro encuentro, una sesión de música electrónica.

El respeto y la salud sexual son las únicas obligaciones que se impone a los participantes de estas bacanales. Los encuentros se desarrollan en pisos con pequeños requisitos para satisfacer morbosidades varias —espejos, paredes acristaladas, multitud de baños, habitaciones amplias— o en casas rurales. El grupo lo forman cerca de treinta personas con edades que oscilan desde los 19 a los 40 y pocos. Las profesiones son igual de variadas: una médico, un abogado de familia, una enfermeras especializada en dermatología, un director de cine, un fotógrafo, un guionista, un ingeniero, una nutricionista...

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Todos tenemos las mismas dudas

Voy ganando detalles de estas orgías privadas y recupero la excitación robada por la frialdad y sensación de soledad que me despertó el club swinger. Hablar con Pablo y el resto de participantes es acumular historias sentimentales de todo tipo. Hay quien cree en un concepto de amor romántico. Hay quien apostaba por el poliamor para descubrir después que eso no existe, que al final a quien llamas cuando la vida te da un mazazo es a un solo número de teléfono. Hay quien disfruta de la soltería, o quien acude con un 'follamigo'. Hay bisexuales, heteros, lesbianas.

Detrás de cada nombre hay un miedo que ha sido vencido dentro y fuera de las sábanas donde comparten fluidos y libertades. Hay quien ha vivido con este grupo su primera orgía, como una chica que se llama Irene, que habla de ello con abrumadora belleza. O quienes llevan años practicando la relación amo-sumisa, otro chico que se llama José. Tengo miedo a pecar de ingenua, de inexperta, incluso de cobarde. Pero el desasosiego de no saber qué haría al quitarme la ropa se despeja. “Quien tiene más experiencia guía a quien acumula más dudas”, me tranquiliza Pablo. La orgía en estas condiciones es un ejercicio de generosidad, complicidad y desarrollo de la independencia a través del sexo. Así lo cuentan y así lo veo.

Pienso que para disfrutar plenamente de una experiencia sexual así debes haber trabajado tu individualidad dentro y fuera de las cama. Saber qué te gusta, que te apetece probar. Y si no lo tienes claro, ir abierta a que te muestren, incluso a cambiar de opinión. Y no solo hablo de carne y fluidos. Escuchar con las ganas encendidas y la mente abierta es fundamental. Además de la conversación, veo cómo los veteranos de estas orgías privadas se buscan con las miradas, se sonríen con complicidad, se calientan. La sensación de frío termina por irse al recibir el relato de emociones que han experimentado otros y de inseguridades similares a las mías.

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Aquí no eres un trozo de carne

¿Quieres saber qué se siente cuando vas a acompañada y ves como le practican una mamada a tu acompañante? Te lo cuentan: la sorpresa del placer desprevenido. ¿Y si en mi primera vez me bloqueo y necesito marcharme? Tranquila, a Irene le sucedió y así lo comparte con el resto. A cualquier pregunta te brindan respuesta. Me cuentan que las parejas que acuden a las orgías superan siempre un instante de celos, es normal. Y los solteros, una punzada de soledad. Cada persona tiene emociones que gestionar y que al superar a través del sexo les hace más libres cuando pasean en su rutina habitual.

José, que practica el rol de dominante y en esta entrevista es uno de los interlocutores principales, mencionó algo muy interesante: "los lazos son inevitables". "Me van a llamar por mi nombre", se reconforta mi mente sola, "me van a guiar”. A medida que lo pienso, me entran más ganas de participar. Puede que ese vínculo vaya a más y surja una pareja estable, como le sucedió a Mario. O puede que esa lazada me una mientras estoy jadeando y después siga deseando conquistar a mi vecino. Es igual, no me sentiré a la deriva como en el local de swingers al que había ido antes.

Al acabar la entrevista, nos ponemos a bailar. Sé que volveremos a hacerlo, pero la próxima vez será en horizontal. El club swinger ponían etiquetas en su fiestas y quienes participaban también te catalogaban al verte pasar, por tu carne, no por lo que les acabes de contar. De este grupo de sexo entre amigos me llevo la certeza de que no me juzgarán si solo me quedo a mirar. Tampoco si participo en todas las prácticas sexuales. Nadie me obliga a subir las escaleras del piso tras las copas compartidas. Estoy tranquila, no siento frío y empiezo a disfrutar de mi libertad sexual y personal desde que escucho un cálido: "Hola, ¿cómo te llamas?".