Es extraordinario lo fuerte que puede ser el filtro de un desamor en tu vida. Lo que ayer fue bello y perfecto hoy puede parecer vacío y desagradable.
El desamor es poderoso. Y, en algún punto, deja de convertirse en una emoción, un sentimiento, una fase por la que solo estás pasando. En cambio, se convierte en un gas tóxico que se apodera de tu cuerpo. Se evapora en el horizonte, se expande, se hace fuerte y llena todo el espacio entre tus venas, tu estómago y tu cabeza.
Te levantas con ello, te vas a dormir con ello, y durante las horas que van de una cosa a la otra, horas que de alguna manera llenas, lo tienes como fiel acompañante. Se sienta contigo cuando te bebes el café de la mañana. Vibra detrás de tus ojos cuando estás en el trabajo, tratando de no llorar. Dando golpecitos a tu cerebro cada vez que abres un libro para alejarte de ello, ni que sea por un segundo.
El desamor, cuando se hace fuerte, puede coger unas dimensiones aterrantes. Se apodera de la manera en que ves el mundo, influye en lo que te divierte, toma parte en los momentos que intentas pasar con amigos y te recuerda que, no, la risa no es algo que te pertenezca ahora mismo. Tú debes estar triste.
Te destruye. Es muy distinto a la tristeza que sientes tras una tragedia, o tras la muerte de un ser querido. Pero de alguna forma sigue siendo tristeza. Solo que es un milhojas de tristeza.
Lo que te destruye es la pérdida de lo que pudo ser. Lo que te destruye es también el hecho de que, al menos durante un tiempo, pensaste que habías encontrado a la persona. Eras tan feliz que pensabas "ya está, esto es de lo que todos hablaban".
Pero luego, tras un abrir y cerrar de ojos, todo eso se evaporó. Ya fuera tu decisión, la suya o un acuerdo mutuo, te consume y te convence de que eso es todo en lo que podrás pensar durante el resto de tu vida. Esta es tu historia: felicidad y luego ruptura, y luego un bucle de soledad de la que nunca te librarás.
Tratas de pasar página. Haces todas esas cosas que hacen en las películas para recuperarse: te apuntas a maratones y vas a eventos y a cumpleaños e incluso a un par de citas. Tratas de sonreír y de hacer todo lo que has visto en las pantallas que se supone que significan que ya estás bien.
Pero nada funciona. Y tu corazón sigue hecho trizas.
Eso es porque esto es la vida real y no somos interruptores. No hay una audiencia mirándonos con los ojos muy abiertos mientras comen palomitas a puñados frente a nosotros, durante una película de noventa y tres minutos. Tu vida no sigue una secuencia de situación-problema-clímax-solución.
No sentirás el momento de un ahá, ¡ya estoy bien!, porque de eso no existe en la vida real. No nos recuperamos en una escena perfecta, en lo alto de una colina con vistas sobre la ciudad.
Nos recuperamos en pequeños momentos de los que ni siquiera damos cuenta. Una noche te duermes sin lágrimas en los ojos sin haberle deseado las buenas noches, recordando cuando os despedíais por teléfono con un susurro. Aun así, esa noche pasará. Y otra vendrá al cabo de poco. Y, al final, en algún u otro momento, las noches “normales” irán ganando terreno a las noches de tristeza.
Te recompones a base de pequeños trozos. Aprenderás a disfrutar de tus aficiones de nuevo. Mirarás las mismas series que mirábais juntos, mirarás nuevas series. Seguirás teniendo esos días en los que quieras llorar en el trabajo, pero tendrás otros en los que estarás demasiado ocupada incluso para pensar en ello.
Poco a poco, vas estando mejor. Pero esa es la razón por la que el desamor es tan duro —porque ocurre poco a poco—. Tan a poco a poco, de hecho, que a menudo parece que no estás para nada progresando. Parecerá que el desamor está en tu destino y que por ello sería mejor irse acostumbrando a él, porque nada parece que vaya a cambiar.
Tienes que dejar de pensar que mañana será el día en que todo habrá pasado. Porque el mañana es otra de esas pequeñas piezas que te recomponen. No se nota, no lo ves, ni siquiera implica grandes cambios en tu vida. Pero es otro día en que te levantarás, harás cosas, hablarás con gente y seguirás viviendo. Es otra pieza en el argumento de que tu vida va a seguir, sin él.
Está bien sentirse como un despojo durante un tiempo. Pero solo mientras no te quedes atrapada en la idea de que esto será para siempre. Porque no lo es. Las cosas cambiarán. Empezarás a volver a ser feliz. Solo que no te darás cuenta de ese proceso.
Y entonces, un día, estarás sentada en la silla de la oficina, y ya no habrá lágrimas vibrando tras tus pupilas. Ni siquiera te darás cuenta. Lo único que sabes es que estás trabajando. Y luego tienes un evento. Y reirás sin sentirte rara por ello. El mundo sigue rodando. Tu vida sigue su curso. Estás bien. Estarás bien.