Por qué estás tan quemado de trabajar si todavía eres joven

Tal vez lo que te pase es el síndrome 'burnout' del trabajador quemado

Tengo 33 años y estoy completamente quemado. No lo digo de coña, estoy petado mentalmente y eso se traduce en que cada vez que tengo que realizar un esfuerzo extra en mi jornada laboral siento una sensación tal de agobio, cansancio extremo y ansiedad que preferiría trabajar como muñeco de vudú antes que seguir con lo que estoy haciendo. Es lo que los psicólogos llaman síndrome de burnout —también síndrome del desgaste ocupacional DSO o del trabajador quemado— y suele estar asociado a profesionales que soportan una gran presión en su ámbito laboral, es decir, muchos mileniales que encuentran curro en este ambiente de trabajo frenético, temporal y precario que nos ha tocado vivir.

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El caso es que, aunque parezca un síndrome muy propio del momento actual y de la epidemia de ansiedad que azota nuestra sociedad —en España somos líderes en consumo de ansiolíticos—, el término burnout surgió en la década de los 60 cuando el psicólogo H.B. Bradley observó los problemas de los oficiales de policía que trabajaban con delincuentes juveniles. Una década más tarde, Herbert Freudenberger, quien trabajaba en una clínica de desintoxicación en Nueva York donde vio a muchos de sus compañeros hundirse mentalmente, lo incorporó al campo de la psicología laboral. Así que, aunque la cosa viene de lejos, mirándome a mí mismo y las caras de la gente de mi alrededor, parece que cada vez hay más personas que lo padecen.

Cuando ansiedad y curro se vuelven sinónimos

“El síndrome de burnout se refiere a un estado de agotamiento mental, físico y emocional consecuencia de un estrés continuado y sostenido en el tiempo. Nos referimos normalmente al ámbito laboral, al desgaste en el ámbito profesional debido a una gran demanda por parte del entorno a la que no podemos responder”, explica la psicóloga de Psicología Estratégica, Paola Graziano, que añade: “Los síntomas en quienes lo padeces son: fatiga y falta de energía, incapacidad para concentrarse, pensamientos negativos, irascibilidad, desmotivación y abatimiento, un profundo sentimiento de frustración suele ser habitual. Puede darse también sintomatología física como insomnio, dolores de cabeza o problemas gastrointestinales”.

Sin embargo, Graziano no se atreve a afirmar que este síndrome esté afectando a más jóvenes debido a que no se dispone de datos estadísticos concretos y a pesar de que se ha detectado trastornos de ansiedad relacionados con “altos niveles de exigencia y agendas más apretadas” en personas cada vez más jóvenes e, incluso, niños. “La diferencia con otros casos de ansiedad es que el síndrome del burnout es que implica altos niveles de ansiedad durante un espacio prolongado y continuado de tiempo”, señala la psicóloga quien apunta, además, que en el síndrome su aparición suele relacionarse tanto con “un entorno laboral muy estresante y exigente como con la propia autoexigencia, con el querer cumplir y abarcarlo todo pero no poder”.

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Tú y tu autoexigencia, tus peores enemigos

Ok, esta autoexigencia enfermiza que sentimos muchos jóvenes —que nos hemos dejado la piel por conseguir el curro ‘de nuestros sueños’— explicaría, por ejemplo, mi caso. Sales de la facultad, te metes en un master carísimo, te das de hostias con tus compañeros por pillar las prácticas que te permitirán meter la nariz en la empresa que te interesa y, una vez allí, te dejas lo que te queda de vida ejerciendo como becario para, quizás algún día, poder colaborar de manera externa. Luego viene el mundo de los autónomos —no apto para cardíacos—, las facturas que no se pagan a tiempo, etc. En definitiva, un infierno de precariedad y competitividad extrema que no solamente no acaba, sino que va empeorando a la vez que tus expectativas profesionales no llegan a cumplirse. 

Eso sí, que no se te ocurra pinchar una sola vez porque estás ‘out’ y toda tu lucha se ha ido a la mierda en tiempo récord. “La persona que padece burnout suele tener la sensación de que a pesar de que trabaje al máximo de su capacidad el nivel de presión y las cosas por hacer no terminan nunca, o incluso van aumentando, se siente sobrepasado”, recuerda la psicóloga. Pero, si el panorama parece chungo, hay un ingrediente que ha disparado nuestra obsesión y sentimiento de hiperresponsabilidad por el trabajo a niveles nunca visto elevando nuestros niveles de ansiedad a las nubes: las nuevas tecnologías. 

Somos incapaces de desconectar

“Normalmente suele ser difícil desconectar del trabajo, pero las nuevas tecnologías lo ponen más difícil todavía al poder estar disponibles 24/7. Ahora podemos, y en algunos casos hasta debemos, consultar mails de trabajo o responder llamadas en nuestro tiempo libre. "Justamente el no desconectar es uno de los factores que provocan el burnout”, explica Graziano. Y no es como en una peli norteamericana de los 90 en la que un broker peta porque ha perdido un millón de dólares en la Bolsa de Nueva York, gente como tú y yo petamos cobrando, con suerte, 1.000 euros al mes.

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Como no vamos a iniciar una revolución que cambie el mundo laboral, lo más ‘fácil’ debería cambiar nosotros mismos. Pero, ¿cómo podemos salir de la espiral de autoexigencia y agobio de nuestros trabajos? El primer paso, según la psicóloga, es tomar conciencia de nuestra situación y nuestros límites. ”Por suerte, este síndrome suele ser bastante evidente para quien lo padece. Nos sentimos sobrepasados, siempre con 'muchas cosas que hacer' pero con la sensación de que no se avanza, agobiados y presionados, dejamos de disfrutar del trabajo y también de las cosas que antes nos llenaban“, comenta Graziano.

Saber ponerte un límite es la clave

Una vez sepamos que nuestro límite está cerca y que por mucho que nos esforcemos en el trabajo nunca llegaremos a acallar esa ansiedad, lo suyo sería “salir del ciclo de estrés sostenido y poder desconectar realmente del trabajo”. En este sentido, la especialista apunta que “trabajar técnicas para gestionar el estrés por ejemplo, técnicas de relajación o mindfuldness, hacer deporte y tener buenos lazos sociales” son esenciales para desconectar. Pero también insiste en que debemos aprender a situarnos límites: “debemos ser conscientes de que no podemos abarcarlo todo, no sobrerresponsabilizarnos, pedir ayuda, delegar si podemos, escuchar a nuestro cuerpo, parar y descansar cuando lo necesitamos”.

Está claro que decir todo esto es muy bonito y que el día a día nos impone ritmos en los que bajar la guardia puede ser sinónimo de perder un curro o no pagar el próximo alquiler. No obstante, también hay que meterse en la cabeza que nuestra vida laboral es una carrera de fondo —y más con las reformas de las pensiones— y que no podemos estar siempre intentando rendir al 100% porque acabaremos fundidos. Sal con tus amigos, juega, medita, ama, haz deporte y desconecta antes de que el trabajo y tus pretensiones te conviertan en un zombie. Pero, sobre todo, no te quemes.