Soy Una Montaña Rusa Emocional
Paula Pecci
Psicología
Una montaña rusa emocional. Eso he sido durante la mayor parte de mi vida. Y lo cierto es que no voy a cambiar. No porque no lo haya intentado, que también, sino porque a veces la resignación ante lo imposible tiene sus ventajas si sabes cómo sacarles el mayor partido.
Hablar de felicidad eterna es como hacerlo de ciencia ficción, sabes que posiblemente no sea real, pero una parte de ti alberga la esperanza de que sí lo sea. Que un buen día se alineen los astros, y todo aquello que dabas por perdido, ocurra. Y eso, aún después de haber sido una lectora voraz de sagas de fantasía, mi mente ha decidido pulsar el icono de la papelera y eliminarlo para siempre. No existe la eterna y constante felicidad.

Se acabó. No voy a atormentarme más por no ser una persona extremadamente feliz, que no quita que sea alegre. De hecho posiblemente lo soy, sin embargo, soy consciente de que nunca seré lo suficientemente estable como para permanecer en unos parámetros de felicidad constante. Mi vida se basará en loopings, frenazos boca abajo y subidas y bajadas a toda velocidad. ¿No es eso la felicidad?

Te diré entonces que la continua felicidad no existe. La vida de por sí es una escala de grises, algunos se aproximan más al negro y otros creen rozar el blanco, pero todo es cambiante. La felicidad no es estática, es como la energía, ni se crea ni se destruye simplemente se transforma y va adoptando una apariencia visible o invisible en función de las circunstancias por las que vamos transitando.
Es por eso que ahora disfruto de ser una montaña rusa emocional. Disfruto con cada vaivén que mi mente y mi corazón me hacen sentir. Disfruto de ser diferente en lugar de castigarme y sentirme mal por ello. Aprendo de cada bache depresivo y de cada momento de éxtasis que la vida me regala. De cada conversación que hace que me duelan las costillas de reírme. De las noches llorando sin más motivo que la pena, que sin venir a cuento y a horas intempestivas, llama a mis ojos.

Crédito de la imagen: Ophelie Rondeau