Por qué eres incapaz de reconocer tu propia belleza según la ciencia

Por mucho que nos queramos somos nuestros mayores críticos y jueces: nos vemos muchos más defectos de los que nos ven los demás

Los investigadores científicos están convencidos de que la percepción de la belleza es una cuestión a medio camino entre la biología y la cultura. Hay determinados rasgos que nos convencidos porque proyectan una sensación de salud y fertilidad, mientras que otros rasgos hermosos tienen su origen en un canon cuyas raíces son meramente sociales. Sea como sea, por motivos ancestrales o por motivos contemporáneos, todos coincidimos en la mayoría de ocasiones en señalar quienes poseen una mayor belleza. Al menos cuando nos enfrentamos a una belleza extrema. O ante todo lo contrario. Hay cierta unanimidad.

Pero todos conocemos a alguien que, a pesar de la unanimidad social en torno a su evidente belleza, la niega permanentemente. No como un acto de falsa modestia, sino como una negación real de quien no es capaz de ver con claridad lo que tiene frente al espejo. ¿No conoces a ninguna persona así? Pues entonces quizá estés siento tú la persona que constantemente, y ante el más mínimo halago, quitas valor a tu propia hermosura. Para Gleb Tsipursky, neurocientífico cognitivo estadounidense, este fenómeno es bastante habitual entre los seres humanos y se produce por dos razones diferentes.

La primera de ellas, como explica este especialista en una publicación para Psychology Today, es conocida como la aversión a la pérdida. En concreto, y en palabras de Tsipursky, "la aversión a la pérdida es cuando valoramos algo más o menos basándonos en si vamos a ganarlo o si nos estamos arriesgando a perderlo". Y, aplicado a nuestra autopercepción, se traduce en que preferimos sentir que tenemos ganado un nivel medio de belleza que no vamos a perder, porque nadie va a negarlo, que aspirar a sentir que tenemos un nivel muy alto que algunas personas podrían arrebatarnos con sus palabras al no contemplarlo.

Esto podría parecer una especie de cobardía, pero la realidad es que se trata de un proceso inconsciente del cerebro. Sencillamente preferimos que nos regalen 100 euros a que nos regalen 200 y luego nos quiten 100. El dinero final es el mismo, pero la sensación es diferente. Como apuntala Tsipursky, "odiamos perder más de lo que amamos ganar". No podemos evitarlo. Como tampoco podemos evitar el segundo factor que nos lleva a vernos menos bellos de lo que verdaderamente somos: la familiaridad. Después de todo, nadie en el mundo tiene la habilidad que tenemos nosotros para percibir nuestros propios defectos.

"Toma años construirnos esos puntos ciegos a la belleza y la lista de defectos que memorizamos sobre nosotros mismos. Una persona puede brincar de un defecto propio a otro con una eficiencia y velocidad tan impresionantes que resultarían excelentes si no fuera porque lo estamos enfocando a destruirnos", asegura el neurocientífico. El resto del mundo tiene problemas en focalizar esos defectos en un rostro que, gracias a su belleza general, distrae acerca de los mismos. En palabras de Tsipursky, "su atención hacia nosotros es más equilibrada: ven de una manera mucho más clara las cosas buenas y malas".