Las emociones son contagiosas y tienen más poder del que crees

El contagio emocional ocurre tanto en circunstancias agradables como de conflicto, es inevitable y sucede sin necesidad de que nadie diga nada.

¿Has quedado con ese amigo que no para de quejarse de todo el mundo y te vas con mal cuerpo?, ¿una compañera de trabajo te ha contado un súper problemón con su pareja y te ha dejado tocado? Todo esto ocurre porque las emociones se contagian. Nos llevamos a casa emociones que en principio no eran nuestras y hay muchas más posibilidades de que acabemos teniendo una discusión sin venir a cuento con la pareja, la madre o el compañero de piso porque esa carga emocional acaba saliendo por alguna parte.

El contagio emocional ocurre tanto en circunstancias agradables como de conflicto, es inevitable y sucede sin necesidad de que nadie diga nada. Por ejemplo, en una oficina, las personas que trabajan juntas comparten sin querer sentimientos y estados de ánimos ya sean positivos o negativos. Quienes más contagian a los demás son las personas emocionalmente más expresivas y los líderes.

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La buena noticia es que la emoción más contagiosa es la alegría y su expresión más evidente es la risa, por eso se dice que la risa es la distancia más corta que se puede encontrar entre dos personas. Además, si educamos nuestras emociones podemos conseguir contagiar deliberadamente emociones positivas a los demás.

Pero, ¿en qué consiste ese trabajo de autoeducación emocional? Todos sentimos a lo largo de un día, y ya no digamos un mes o un año, muchas emociones. En primer lugar, es importante no reprimirlas, ya que una emoción reprimida se parece mucho al agua estancada. Hay que vivirlas sin juzgarlas, tanto el miedo, como la tristeza, como la tan temida vergüenza. En segundo lugar, no se pueden contener solo los sentimientos que consideramos 'negativos', de forma automática se bloquean también las 'positivas'. Y entonces podemos tener la sensación de que cuando ocurren cosas buenas en nuestra vida no somos capaces de disfrutar todo lo que nos gustaría.

Por lo tanto, hay que empezar a prestar mucha más atención a las emociones que tenemos, darnos cuenta de si podemos habernos contagiado de una persona con la que hemos estado o incluso, al ver una película, tomar conciencia de esa emoción e intentar averiguar qué es lo que nos quiere decir. Pero después de analizar las emociones es vital aprender a dejarlas marchar y ser conscientes de la responsabilidad que tenemos en su propagación en nuestro entorno más cercano.

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Esto condiciona inevitablemente tus relaciones sociales, tanto profesionales, como personales. Si eres el malrollero de tu empresa, tus compañeros, puede que de forma inconsciente, se irán alejando poco a poco de ti. Si eres el amargado de tu grupo de amigos, te querrán mucho, pero entiende que no se desvivan por pasar tiempo contigo sabiendo que solo les vas a contar tu visión negativa de la vida y después de una cerveza contigo solo tendrán ganas de meterse en la cama y llorar.

Por otro lado, cuando se está con una persona negativa, también se puede tomar la decisión consciente de no dejarse llevar hacia abajo e intentar transmitirle emociones positivas de amor y alegría. Porque como hemos dicho antes, no hay nada más contagioso como la risa y no hay nada como la risa para dar serenidad.