Compararte con los demás es lo que te impide ser feliz

Tu manía de compararte con los demás podría llevarte a la mayor de las frustraciones si no aprendes a apreciar lo que realmente eres.

Crédito de la imagen: Sandy Kim 

Mejor que, peor que, igual que. Las comparaciones son odiosas. Un cálculo simplista de sumas y restas que desprecia el cúmulo de circunstancias biológicas y sociales que hacen única a cada persona. En algunas ocasiones, el resultado es positivo lo que infla nuestro ego de manera artificial. En otras, más de las que nos gustaría, las cuentas salen a deber, bañando de frustración y ego nuestra autoestima.

Sea como sea, el incansable hábito de compararse con el resto de personas es un mecanismo venenoso que los especialistas recomiendan diluir en el olvido. Pero no es tan sencillo: vivimos en un imperio de las comparaciones que nos exige pasarnos el día midiéndonos. Por eso, la psicóloga del área de autoestima de El Prado Psicólogos, Ana María Egido, sitúa la raíz de este comportamiento individual en la naturaleza misma de la sociedad en la que vivimos.

Vivimos para compararnos

"Hay una inclinación social a la comparación. Ya desde pequeños, en el entorno familiar y en el entorno escolar, se tiende a esta dinámica sin considerar que cada persona y cada resultado tienen su propio valor. Y las redes sociales han acentuado esta tendencia, puesto que funcionan como un escaparate. Uno que, en muchas ocasiones, no refleja la realidad", explica.

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La experta continúa: "Vivimos en un mundo en el que todo se polariza. Blanco o negro. Bueno o malo. Bien hecho o mal hecho. No nos educan para movernos en posiciones intermedias, para salir de los extremos. Por eso medimos nuestra propia satisfacción preguntándonos si lo que nos ocurre le ocurre también a otros. Si la respuesta es sí, asimilamos que está bien. Y si la respuesta es no, asimilamos que está mal. No aceptamos lo diferente como algo válido. Este pensamiento impide que podamos explorar nuestra propia manera de estar y sentir el mundo".

No obstante, y aunque el problema sea intrínseco al modelo de sociedad que hemos construído, Egido asegura que existe un perfil personal que tiende con mayor frecuencia y magnitud a caer víctima de este comportamiento: aquellas que no tienen un autoconcepto positivo de ellas mismas. "Personas que no fueron valoradas durante su infancia y que han crecido con la sensación de no hacer las cosas lo suficientemente bien y, por tanto, de no valer lo suficiente. Por eso necesitan someter a juicio lo que hacen comparándolo con lo que hacen los demás", apunta la psicóloga.

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Busca ser tu propia referencia

Para la coach emocional Cecília Ruiz, las repercusiones son enormes: "No puedes controlar el éxito externo. Si tu atención está ahí, en lo que tienen o no los demás, el sufrimiento se instalará y tus pensamientos y sensaciones de no ser suficiente van a convertirse en creencias. Aquello que crees, creas. Dejarás de pensar, sentir y actuar desde ti. Te olvidarás de lo que realmente eres y deseas. Dejarás de ser tú para imitar o querer ser quien no eres. Desconectarás de tu autoreferencia. Será inevitable que eso afecte a tu autoestima y a tu conducta".

En ocasiones, cuando salimos ganando, la comparación también nos sirve para hinchar nuestra autoestima y darnos un respiro. Sin embargo, señala Ruiz, el error persiste, ya que "seguimos mirando fuera para no vernos a nosotros mismos, seguimos anulando la autoreferencia en busca de una referencia externa". Tarde o temprano, las matemáticas de la comparación volverán a fallarnos. Y nuestro ego, al que según la coach no le gusta perder ni a las canicas, buscará de forma constante situaciones en las que pueda sentirse ganador y reafirmarse.

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Sin embargo, la autoreferencia también puede resultar perjudicial si se plantea desde el prisma equivocado. "Necesitamos la comparación con nosotros mismos para apreciar nuestra evolución, pero debemos diferenciar entre comparación y exigencia. Nos exigimos cada vez que no aceptamos y queremos huir del punto en el que estamos. Ahí no pueden existir la armonía y la paz. Debemos plantear la evolución desde la autoreferencia pero con la curiosidad de un niño, con sus ganas y su pasión, agradeciendo el camino recorrido", asegura la especialista.

Acéptate tal y como eres

En esta misma línea, la psicóloga Egido traza las claves para abandonar este hábito tan contraproducente de exigirnos ser como otros o cómo creemos que deberíamos ser. Lo recomendable, según cuenta, es estar en paz y aceptar lo que somos, lo que hemos hecho y el lugar en el que estamos en la vida. "Tener en cuenta que hacemos lo mejor posible con la información y circunstancias que tenemos en cada momento, en lugar de juzgarnos, culparnos y castigarnos por lo que consideramos que no hemos hecho bien.

La tendencia a crecer y trascender nuestros propios límites es sana, pero la clave está en tener clara nuestra motivación: ¿lo hacemos por el ego o por poder vivir con el máximo beneficio nuestras experiencias vitales?", reflexiona la psicóloga. Una pregunta que debería estar presente en nuestra mente en todo momento porque crecer y salir del área de confort es bueno, pero hacerlo solo para alimentar el ego nos conduce a una búsqueda que nunca acaba.