Nuestra amígdala alberga miedos inútiles y los medios lo explotan para vender

El cine, la publicidad o los medios de comunicación, por ejemplo, saben cómo funciona y llevan décadas explotándola para sobrevivir y enriquecerse.

La amígdala es una región ubicada en las profundidades del lóbulo temporal de nuestro cerebro y formada por una vasta colección de neuronas. Como explican desde Live Science, revista especializada en ciencia, "la amígdala es esencial para numerosos aspectos del pensamiento, las emociones y el comportamiento". Y una de las emociones en las que participa de una forma más trascendente es en el miedo. Hasta tal punto que una persona sin amígdala carece de la capacidad de experimentarlo, tal y como descubrieron científicos de la Universidad de Iowa tras explican realizada una década atrás.

Como argumentó uno de sus autores, Justin Feinstein, en declaraciones para SINC, agencia de noticias de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, "la naturaleza del miedo es supervivencia y la amígdala nos ayuda a seguir vivos al evitar situaciones, personas y objetos que ponen en peligro nuestra vida" a través de la detección y puesta en marcha de "una respuesta rápida de todo el organismo que nos empuja al alejamiento respecto a la amenaza". En otras palabras: la amígdala es nuestra amiga. Pero el cine, la publicidad o los medios de comunicación, por ejemplo, saben cómo funciona y llevan décadas explotándola para sobrevivir y enriquecerse.

¿Cómo? Poniéndonos delante de nuestras narices noticias vinculadas a nuestros miedos atávicos. ¿Que qué son estos miedos? Pues básicamente miedos ancestrales que nos acompañan desde hace cientos de miles de años. Algunos de los más firmemente arraigados en nuestros genes, según cuentan desde el medio experto en psicología La mente es maravillosa, son el miedo a ser atacados cuando estamos solos, el miedo a padecer una agresión sexual, el miedo a los malores olores asociados a peligros, el miedo a la mutilación y el miedo a perder autonomía de movimiento al quedar atrapado, paralizado o enterrado.

En la actualidad, y aunque sin ser esto un edén idílico, nos encontramos menos expuestos a esos peligros de lo que lo hemos estado en cualquier otro momento de nuestra historia. Los asesinatos, las violaciones o las pérdidas de autonomía continúan entre nosotros y merecen atención mediática, pero son porcentualmente más reducidas que nunca. Y, sin embargo, contemplamos cómo diariamente desfilan en los telediarios todas las catástrofes posibles asociadas a estos temores arcaicos. Desde escenas bélicas hasta desastres naturales, olas de violencia o ataques animales. Y nuestra amígdala a mil por hora.

El problema es doble. Por un lado, generan continuamente en nosotros miedos que activan mecanismos de defensa naturales para nada. Hormonas malgastadas. Por otro lado, ocupan el espacio que problemas más actuales deberían ocupar. El tabaquismo, la depresión o el colesterol representan cuantitativamente mayor peligro que muchas de las noticias que cubren los medios de comunicación. Pero nuestra amígdala no posee la misma capacidad para identificarlos como amenaza. Son menos interesantes para ese lado tan animal que llevamos dentro. Estaría bastante bien que los medios comenzaran a ser más responsables con ello.