Cierra los ojos e imagina que te plantas en Costa Rica en menos de 48 horas. Pues deja de imaginar, si te diera la gana podrías hacerlo. Hay gente que viaja constantemente y los demás nos limitamos a ver sus fotos en Instagram y preguntarnos qué leches harán con su vida para poder vivir así y, sobre todo, de dónde sacarán la pasta. El problema, en realidad, es encontrar el valor para lanzar una granada al muro del conformismo, trasladar ese sueño de vivir explorando nuevos lugares y conociendo otras culturas a la realidad. Yo un día me harté y descubrí una manera de viajar cuando no te salen los billetes por las orejas, desde entonces no he parado y tú también puedes hacerlo.
Primero tienes que saber que detrás de cada sueño cumplido se esconde un mundo sombrío, escalofriante, oculto y poco romántico. Tanto yo, como todo el que ha conseguido pasarse la mitad de su vida con la mochila al hombro, en una remota parada de autobús avasallado por un mar de mosquitos, o en una estación de tren a la espera de un nuevo amanecer, sabe que, para poder viajar sin rumbo, primero se debe currar como si no hubiese un mañana.
Bien, proyectas un viaje de tres meses por Latinoamérica, por ejemplo. Pues eso implica mínimo seis meses de curro a degüello, y probablemente no sea en el puesto de tu vida. En muchos casos decides hacer temporada en algún lugar de veraneo donde por suerte, o desgracia, te pueden exprimir a trabajar como una naranja. Y de tal modo que, al acabar el verano, la pulpa de tu esencia ha desaparecido. Pero no hay tiempo que perder porque, efectivamente, el dinero vuela. Así que agarra tus maletas y antes de que el dinero se esfume, esfúmate tú. Créeme, si esperas mucho, te lo acabarás gastando en otra cosa.
Qué mejor aventura que la de no saber siquiera dónde vas a aposentar tu maravilloso culo después de un vuelo de 12 horas. Porque, en vez de utilizar esos escasos ratos muertos de los últimos 3 meses para planear al dedillo tu viaje, los has empleado en beber cerveza con tus compañeros de curro. Y ahora lo único que tienes es el billete de avión. Es normal, eres humano.
Pues bien, llegas al destino sin hospedaje; bienvenido a la aventura. Te das cuenta de que en realidad todo aquello que habías proyectado en tu mente sobre el destino, nada tiene que ver. Empieza tu nueva vida, porque evidentemente no podías viajar dos semanitas, no, querías ir más allá, mínimo dos meses. No te basta con la simple contemplación de un bucólico paisaje con sus correspondientes gentes comunes, con rostros especialmente atractivos y exóticos, ¿verdad? Quieres formar parte de ese paisaje tan extraño, y para ello necesitas tiempo. Tanto has luchado para tenerlo y poder costearlo que intentas disfrutarlo con todo tu ser.
Viajas esnifando cada pedazo de vida que se te aparece hasta calar en el fondo de tu ser, de tu 'yo', de tu paisaje interno. Te fundes en el ambiente, te sientes en él, formas parte activa del contexto porque decides convivir al máximo con todo lo que te rodea. No basta con tiempo y pasta, debes tener el valor de perderte en el viaje, de no planear, de aprender a fluir. Día a día vas calando más hondo en el país, pero en pocos meses se acabó la pasta y… toca volver.
Después de todo: amor, desamor, pequeños y grandes encuentros, después de sentir el latido incontrolable de tu corazón encogido frente a la extensa selva, de bañarte en lágrimas por situaciones aparentemente insignificantes, de afligirte frente a la cruda realidad de comunidades humanas que no son escuchadas ni atendidas, de cruzar fronteras - con todo lo que ello implica-, de enfrentarte cara a cara a la soledad, después de entender como nunca lo efímero de la propia existencia… ¿vuelves a empezar? Supongo que, si esto es lo que de verdad quieres, deberás seguir los pasos del viajero errante: la huida constante, volver para recargar tu cuenta que vuelve a estar a cero para poder pagar el placer del próximo viaje. Bienvenido al eterno retorno.
Crédito de la imagen: Stefany Alves