La frustración histórica de la derecha con el carnaval de Cádiz se intensifica en 2025

Antes fue la censura. Ahora la asimilación. Pero la tradición sobrevivirá una vez más

Los orígenes del Carnaval de Cádiz se pierden en el tiempo. Hay quienes hablan de las fiestas grecorromanas paganas como germen. También hay quienes apuntan a la influencia genovesa y veneciana del siglo XV en adelante como inspiración. Es difícil de esclarecer. Lo que sí está más claro que el agua es que nació como una celebración ciudadana. Una fiesta del pueblo. Un espacio propio desde el que la gente como tú podía celebrar su cultura y cantarle las cuarenta a los gobernantes de turno. La falta de industrialización. La defensa de los derechos de los obreros. La llamada a la huelga. Todo eso estaba ahí en los siglos pasados. Ese alzar la voz contra la injusticia. Ese inconformismo social.

De hecho, el Carnaval de Cádiz ha tenido que lidiar siempre con la represión. Primero con las monarquías. Después con el franquismo. Sí, en el año 1937 Franco lo prohibió completamente para no tener que escuchar los discursos subversivos que lxs gaditanxs soltaban a España desde un minúsculo rincón del país. No consiguieron extinguirlo: las agrupaciones cantaban en peñas privadas y patios de vecinos para celebrar su libertad y criticar una dictadura que quería callarles. Franco cedió un poco y le permitió a Cádiz tener un carnaval buenista censurado y descafeinado. El ingenio de lxs letristas fue clave para mantener la crítica social sin caer presa de la censura. Una época muy dura.

Fue tras la muerte de Franco cuando el Carnaval de Cádiz volvió a estallar de alegría. Ya sin censura. Ya sin limitaciones. Volvió la crítica social, la sátira mordaz y el humor como estrategia para invitar a la reflexión y tolerar la frustración. Volvió la comunidad. Volvió el legado histórico. Volvió Cádiz. Volvió una de las poquísimas tradiciones centenarias abiertamente contestatarias de este país. Para que ahora vengan de la región más conservadora del espectro político a quejarse de que el Carnaval de Cádiz tiene tintes de izquierda. Los tiene. Siempre los tuvo. Como dice la comparsa Las ratas, de Jesús Bienvenido, “el Carnaval fue conquista y grito de la clase obrera”. Y menos mal que así es.

Y esto no significa que todas las comparsas y chirigotas que han pasado por el Gran Teatro Falla durante todas estas décadas bailen al son del gobierno de izquierda de turno. Martínez Ares le tiró fuerte al ex alcalde Kichi en 2022. Qué torpe, se lo estás poniendo a huevo a los nietos del gallego. Y lleva ya diez primeros premios. La cosa es que con independencia de que se le tire a la derecha por sus valores o a la izquierda por no ser consecuente con ellos, los valores del Carnaval de Cádiz siempre han estado muy claros. Solidaridad. Defensa del vulnerable. Paz. Tolerancia hacia el diferente. Los valores de un pueblo acostumbrado a vivir en la sombra. A la precariedad. A la migración.

Ahora que las redes sociales existen mucha gente de todos los rincones de España se está aficionando al Carnaval de Cádiz. Y es bonito. Son más que bienvenidxs. El problema es quedarse con los clips de turno y pensar que esta tradición tan antigua y arraigada en la provincia tiene que ser neutra y vacía para contentar a todxs. Que debe ser imparcial. Que no debe meterse en política. Porque no es así. Porque se le estaría arrancando el corazón. Y sí, tú puedes montar tu chirigota derechista y plantarte en los preliminares del concurso, pero no te quejes si, como dicen Los del otro lado, el público no compra tu discurso. Vete a otro lado con tu derrota. El público aquí es soberano.

Vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que mucha gente obrera vota a partidos de ultraderecha con discursos falaces. Y esa tensión se está colando también en los Carnavales de Cádiz. Pero que no te líen: esta bonita tradición, que puede gustarte más o menos artísticamente, pero cuya esencia rebelde es tan valiosa, sobrevivió a la censura descarada de los poderosos y sobrevivirá al intento de asimilación de la derecha y a la presión externa por hacerla más aséptica y para todos los públicos. Es inmortal. Es la mujer violada. Es el niño en Gaza. Es el trabajador explotado. Es un huequito por el que escapa la indignación. Y la derecha seguirá queriendo taponarlo. Sin éxito.