Cada vez que entras a Idealista para encontrar algún apartamento decente pierdes un año de vida. Es una experiencia desesperante y desoladora. Intentar encontrar un piso que no parezca salido de una película de terror y con un precio asumible ya es una utopía. Y por eso, cada vez más personas desisten. Deciden mudarse a otra población porque en la suya no tienen ya ninguna posibilidad de encontrar una vivienda digna. De alguna forma, estaríamos hablando de “expats” interiores.
El antropólogo urbano Jose Mansilla así lo comentaba en una publicación en X. “En realidad, cuando nos mudamos a otra población por no encontrar vivienda asequible en la nuestra nos transformamos en ‘expats’ interiores.” Pero, ¿a qué se refiere exactamente con esto?
Bueno, hay que primero tener en cuenta que últimamente vemos muchas críticas a los “expats” que se mudan a vivir a Barcelona o a Madrid. Un “expat” es esa persona que viene de otro país, con más pasta, para residir y trabajar en nuestras ciudades. Como explica Mansilla, nada más y nada menos que un “inmigrante de altos ingresos”.
Un loop infinito de gentrificación
Sus efectos son notorios: las calles se llenan de tiendas más pijas para captar a esos extranjeros con más dinero, pero también puede llegar a amenazar a los idiomas locales. El mayor problema que muchos denuncian últimamente es que la llegada de tantos guiris con sueldos mucho más altos que los nuestros está haciendo que el mercado inmobiliario todavía suba más los precios de los alquileres. Pues bien, el antropólogo recuerda que no hay estudios al respecto.
Y nos hace pensar sobre un “loop” interminable: que lleguen tantos “expats” hace que la gente de grandes poblaciones como Barcelona vaya a otras más lejanas, motivados por precios más baratos de vivienda, pero allí a su vez desplazan a la gente local y que quizá no tiene un sueldo como el de alguien que trabaja en la gran ciudad... Es decir, huyendo de las hordas de estadounidenses y británicos con trabajos remotos que viven en Barcelona, los capitalinos terminarían asentándose en poblaciones donde tampoco se vive con los sueldos de Barcelona, y generarían el mismo efecto por el que estaban marchándose. ¿Irónico, no os parece?
Por eso, para el antropólogo la solución pasa menos por criticar y fijarnos en esa demanda de vivienda de los “expats”, como por regular y enfocarnos en los propietarios de las viviendas, los pequeños caseros, pero “sobre todo, grandes y medianos fondos de empresas inmobiliarias que, junto a los intermediarios, se forran a costa de estos nuevos sujetos”.