A principios de la década de los 2010, cuando decidí adoptar una dieta libre de alimentos de origen animal, el movimiento vegano era apenas una semilla prometedora. Recuerdo perfectamente lo difícil que era encontrar opciones veganas en los restaurantes de Málaga, la casi nula presencia de alternativas vegetales proteicas en los supermercados y las caras de de qué coño me estás hablando de la gente cuando explicaba lo que estaba haciendo. Pero rápidamente la palabra veganismo se hizo mainstream. Empezó a estar en boca de algunas celebrities. Comenzaron a surgir restaurantes aquí y allá dedicados exclusivamente a la comida vegana. Y dejó de ser algo extraño.
De hecho, había cierto optimismo en el movimiento sobre cómo parecía inevitable que la sociedad fuese poco a poco en dirección al veganismo absoluto. Fue un error. Como explica la periodista Laura Pitcher, quien ha investigado a fondo el asunto, “los restaurantes veganos han ido cerrando y las ventas de carne de res, cerdo, cordero, aves y otras carnes han alcanzado máximos históricos”. Hay menos personas que se declaran veganas en países como Estados Unidos y en regiones como Europa. Y es algo que se nota incluso a nivel mediático: hay menos artículos sobre veganismo, genera menos polémica y no parece estar ya nunca en el centro del debate público.
¿Pero por qué está ocurriendo esto? Para Pitcher, la pérdida de popularidad del veganismo no se explica por las propias circunstancias del veganismo en sí, sino que responde a una deriva conservadora que afecta a muchos otros ámbitos y que hace que comer carne se haya convertido en un símbolo de resistencia frente a la cultura progre. En palabras de una joven de 25 años entrevistada por la periodista, “el péndulo ha vuelto al conservadurismo, y ese cambio hace que el veganismo parezca parte de un paquete progresista del que la gente actualmente quiere distanciarse”. La gente de derechas quiere antifeminismo, antiinmigración y antiveganismo.
Además, este antiveganismo conecta muy retorcidamente con el antifeminismo. Sí, hay mucha peña, y especialmente hombres, que van por la vida con el discurso de que comer carne es de machos y de que comer soja es la muestra de sumisión ante una cultura dominada por las mujeres. Una chorrada como siete catedrales. Pero, como tantas otras chorradas, está calando poquito a poco en ciertos sectores. Sobre todo en el de los chicos jóvenes que quieren estar fuertes y a los que han convencido de que hartarse de carne es imprescindible para ello. Es una pena porque al planeta le vendría bien un respiro a través de la reducción del consumo cárnico.
