Uno de los temas que más preocupa a los jóvenes de hoy es esa necesidad intrínseca que les mueve a viajar constantemente, ya no solo por ocio, sino poniendo su vida y su futuro laboral en otros países más prósperos que el nuestro. La desafección política, el hambre de aprender y vivir nuevas culturas así como una situación económica inestable y precaria en muchos casos, hizo que, según el Instituto Nacional de Estadística, 173.165 jóvenes de entre 20 y 34 se marcharan al extranjero desde 2008. Una decisión que tomaron en pro de una vida mejor o de un ansia de vivir nuevas experiencias y que, sin embargo, a muchos les ha traído desconcierto emocional y una sensación perpetua de no sentirse 'de ninguna parte'.
Ante esa situación, algunos 'simplemente' dejaron pasar el tiempo, lucharon contra el doloroso 'choque cultural inverso' y terminaron por volver a integrarse en su sociedad de origen. Se acostumbraron de nuevo a cenar a las diez de la noche, a los gritos en los bares y encontraron un trabajo para seguir con sus vidas. Mientras tanto, otros no pudieron superar nunca esa sensación de desarraigo y decidieron volver a marcharse para encontrar esas 'referencias culturales' que les hicieran sentir 'en casa' otra vez. Se convirtieron en viajeros perpetuos sin hogar.
Vivir fuera como terapia
"El 'Síndrome del eterno viajero' es el que sufre aquella persona que no se acaba de encontrar a gusto en ningún sitio y por eso tiene que estar constantemente buscando un sitio en el que iniciar un proyecto de vida, donde encontrarse... ", explica Celia Arroyo, psicóloga especialista en migración que trata constantemente –en general por Skype– con personas que sienten esa sensación de no pertenecer a ninguna parte. Gente que es casi 'adicta', por decirlo de algún modo, a vivir de país en país buscando un lugar que les haga sentir lo suficientemente felices como para echar raíces en él.
Jennifer, o Yûki, como la conocen sus amigos, tiene 30 años y hace más de diez que se fue de Barcelona para viajar por el mundo. Su primer destino, como el de tantos, fue Londres, a donde se mudó para mejorar su inglés. Desde entonces, no ha dejado de moverse y probar nuevos destinos que vayan con su carácter y que, además, la mantengan alejada de España. "De trabajo ni hablemos. Siento que no se dan oportunidades a gente preparada o que conoce sus derechos. Además, allí prácticamente me quedé sin amigos porque, o bien han emigrado, o me di cuenta de que esas personas no eran lo que quiero en mi entorno, ya sea por diferencias ideológicas u otros motivos", cuenta Yûki la chica con gorra en la foto de abajo.
Después de pasar por distintas ciudades europeas, ahora ha vuelto a España para terminar sus estudios y encontrar la forma de poder establecerse en Japón, el país que cree que la hará feliz de una vez por todas. "Quiero comprobar si la sensación que tuve aquellos tres meses que estuve allí es permanente o solo parte del 'encantamiento' de haber cumplido un sueño", se explica Jennifer.
Una búsqueda que siempre acaba mal
Y, aunque cada caso es distinto y el hecho de tener que cambiar de ciudad cada poco tiempo por motivos laborales no implica que se sufra este síndrome, Arroyo explica que las personas bajo sus síntomas viven en un bucle de expectativas y decepciones que les empujan a seguir viajando en busca de ese lugar que terminará con esa inquietud interna que no les deja establecerse. "Suelen ser personas a las que les encanta viajar, muy aventureras, y que se dejan llevar por lo que oyen de un país, 'cantos de sirena' que les llevan a un sitio nuevo y, una vez allí, les vuelve a pasar lo mismo", explica la experta.
Se instalan llenos de ilusión y pasado cierto tiempo se sienten incómodos, no han sabido adaptarse a su nueva ciudad y achacan eso a la cultura del lugar o a cualquier otro aspecto. "Es genial si tu plan es descubrir el mundo y vivir en muchos lugares diferentes. El problema viene cuando tú necesitas mudarte constantemente porque no te encuentras bien y no eres capaz de hacer un proyecto de vida en ningún sitio, de comprometerte con un lugar o unas personas", explica la psicóloga quien, añade, que este es un comportamiento que parte de la 'ilusión' de los problemas desaparecen o se solucionan solos cuando nos alejamos de ellos.
Así pues, argumenta Arroyo, el origen del 'síndrome del eterno viajero' en muchos casos está en la propia persona que lo sufre y no en el entorno que ni la ha condicionado ni convertido en una víctima de las circunstancias. "Se pone el foco en el entorno: 'el problema no es mío, es de estas personas, esta ciudad, este entorno. Si cambio y me voy el problema se acabará, pero no es así. A menudo se tienen problemas para relacionarse, para hacer amigos, encontrar una pareja, cuestiones familiares sin resolver...", cuestiones que no les están dejando ser felices, al fin y al cabo.
No es tu entorno, eres tú
"Solo con pensar en volver a España me invade una sensación de fracaso. Y ya estoy pensando ir a Suiza para volver a empezar de cero porque siento que mi etapa en Portugal ya se ha terminado", dice Alberto quien prefiere mantenerse en el anonimato que tras vivir en Polonia y Portugal se confiesa preocupado por su situación vital. El tema es que no le interesa en absoluto conocer otros países y no tiene problemas de dinero, pero cree que volver a Madrid, la ciudad donde vive su familia, significaría dar un paso atrás, haber estado 'perdiendo el tiempo'. Su carácter le exige migrar para ser más y mejor, una sensación que no le deja establecerse en ninguna parte pero tampoco volver a España.
Sin embargo, el bucle del eterno viajero no suele ser algo evidente para la 'víctima'. Al principio, la adrenalina de viajar y el tener que estar pendiente de cómo adaptarse a un lugar nuevo con todo lo que ello conlleva: idioma, conocer la ciudad, costumbres, encontrar trabajo... , no permiten ser consciente de las emociones internas que de verdad terminarán aflorando. El 'viajero' se siente bien, pero no durará eternamente. "El problema viene cuando ya llevas diez años en esa dinámica en la que cambias de lugar cada dos años y has vivido en cinco sitios en los últimos diez años y, de repente, un día te levantas y te das cuenta de que los mismos problemas se van repitiendo en todos los lugares porque, aunque cambies de ciudad, tú no has cambiado", argumenta la experta.
Los viajeros eternos son esas personas que han decidido que esa espiral constante de mudanzas, idiomas, personas y paisajes es el camino hacia su felicidad. Personas que, aun así, se sienten incompletas constantemente sin saber que, probablemente, esa sensación de plenitud que andan buscando no está en ninguno de esos lugares, sino en ellos mismos.