El Nuevo Significado De Hacer Las Inglaterras: Ir, Pero Sobre Todo Volver

La moda impuesta desde hace unos años de marcharse a hacer las Inglaterras ha evolucionado a un nuevo estadio. Ya no es la aventura de quien necesitaba un tiempo para asentar ideas y hacerse con unos ahorrillos. Se ha convertido en una etapa más

 

La moda impuesta desde hace unos años de marcharse a hacer las Inglaterras ha evolucionado a un nuevo estadio. Ya no es la aventura de quien necesitaba un tiempo para asentar ideas y hacerse con unos ahorrillos. Se ha convertido en una etapa más. Ya saben, aquel triatlón tácitamente consensuado —instituto, universidad, máster— que ya poco garantizaba, ahora cuenta con un nuevo jalón: fregar platos en Reino Unido. También está la opción de tirar de PlayStation y paga paterna para tomar unas cañas, pero un servidor requiere un poco más de acción antes de llegar a la línea de meta.

Si algún desconocedor de la realidad española me preguntara: “pero, ¿cuántos jóvenes estáis emigrando de tu país?” yo, atendiendo a las seis unidades de medida promulgadas oficialmente por Dani Rovira, afirmaría sin miedo a equivocarme: un huevo. Pero entiendo que este baremo se antoje impreciso, así que hablemos en términos algo más exactos.

Hablar de cifras es muy complicado, pero tenemos claro que las ofrecidas por el Instituto Nacional de Estadística INE son un chiste barato que insulta a la inteligencia. Según estas estadísticas, el número de emigrantes a Inglaterra entre 2008 y 2012 fue de 225.000. Pero, no obstante, es fácil entender su confusión, ya que el ente público únicamente contabiliza a aquellos que se inscriben en el país al que van con intención de pasar allí más de un año, olvidando a aquellos que no hacen los trámites por la dificultad que suponen y porque no quieren perder las ventajas de ser ciudadano español, como sería la sanidad pública.

Frente a estos datos están las altas en el National Insurance Number -el equivalente a la Seguridad Social, necesario para trabajar en Reino Unido-, y según sus cifras, Amparo González Ferrer, autora del citado estudio, sentencia que las 225.000 personas que habrían emigrado entre 2008 y 2012 serían en realidad unas 700.000. “Es posible saber más de forma poco costosa. Solo hace falta querer saber”, declaró en su momento la investigadora.

Pero tras el jaleo de cifras se esconde la experiencia vital que el rol de emigrante hace sedimentar en un uno. Una experiencia a ratos amarga, cruda y hostil, y a ratos enriquecedora y crucial. Te hace añorar lo tuyo y apreciar lo ajeno, te revela los nacionalismos como la estúpida quimera que son y te descubre que el ser humano no tiene remedio, a pesar de ser la mayor obra de arte que jamás contemplarás. Se eliminan prejuicios, principalmente los labrados durante años de turistas color langosta con chanclas y calcetines blancos, y te sorprendes cuando uno de ellos, un inglés sacado de los listening en cintas de casete del colegio, se convierte en tu mejor amigo en tierra extraña.

Estando fuera de tu país te das cuenta de que da igual cómo de cosmopolita o ciudadano del mundo te sientas. Esas florituras no encajan en mentes hormigonadas. Siempre habrá algún gilipollas dispuesto a hacerte ver que este no es tu sitio, por si se te había olvidado, y que si lo mejor que obtienes de él es desdén en lugar de acritud, te está haciendo un favor y deberías estar agradecido.

También entiendes aquello de “emigrantes de segunda clase”, y te sientes afortunado cuando te ves aún algo lejos de los 30 haciendo un trabajo menos duro que tu compañero polaco, que ya pasó de los 50 y se pasa fregando platos en un cuartucho húmedo las 12 horas que tú estás sirviendo mesas y limpiando algún retrete.

Y entiendes que algo falla en tu país cuando, después de haber estudiado inglés durante más de diez años, no eres capaz de mantener una conversación decente con un nativo en tierras británicas. Y me acuerdo con rabia de aquella vez que un compañero de colegio preguntó en clase de inglés cómo se decía melocotón, y aquella señora que hacía de profesora, posiblemente con el título de Filología Inglesa —o no—, ni corta ni perezosa, segura del conocimiento que legaba a sus alumnos, sentenció: meloucouton. Y me siento estafado, pero afortunado a la vez, y es raro. Y me reconforta saber que esto va de irse, pero sobre todo de volver.

Crédito de la música: Slàinte          Locución: Jesús Ranchal

La música empleada en esta locución está registrada bajo una licencia Creative Commons