El tema no es el sexo anal: el tema es el consentimiento

Ninguna práctica sexual es degradante de per se, el problema es que se acaba haciendo por presión de la otra persona

El sexo anal continúa siendo un tabú, tanto en hombres como mujeres. Pero este fin de semana Twitter se ha llenado de personas opinando sobre el hecho de tener sexo por el ano. Todo a raíz de un artículo publicado en SModa hablando sobre cómo esta práctica sexual continua siendo tabú entre las mujeres. El motivo por el cual ha desatado tanto revuelo es porque algunas feministas aseguran que el sexo anal es una imposición patriarcal. Afirman tranquilamente que “esto lo ven los chicos en el porno y es un acto de dominación”.

Atribuir unas características buenas o malas a las prácticas sexuales no es algo nuevo. La Iglesia ya lo hacía indicando que la única posición correcta para procrear era el misionero. Pero nadie vio venir que una parte del feminismo, o determinadas personas que se llaman feministas, también harían juicios de valores sobre lo que debe gustar a las mujeres y lo que no.

En estas críticas al sexo anal, hablando de dominación, se confunde la práctica con las formas y el consentimiento. El sexo anal de por sí no implica nada malo si ambas personas quieren. El sexo anal sí que implica problemas cuando se practica bajo presiones, cuando no se quiere. En este caso sí que se está practicando una dominación y un sometimiento. Pero el problema, lo criticable, es el cómo y no el qué. Realizar una felación o alguna postura concreta por presión de la pareja es tan malo como tener sexo anal por presión.

Lo que debería ocupar el debate central no es si el sexo anal supone una degradación para la mujer, sino que las mujeres deben de tener las herramientas necesarias para poder negociar las prácticas sexuales que ellas quieran realizar. El tema de fondo, una vez más, vuelve a ser el consentimiento. Por no hablar de cómo se debe sentir cualquier hombre homosexual al leer que esta práctica es algo “sucio” y que implica denigrar al otro.

No se puede negar que el porno cada vez tiene más peso e influencia en las prácticas sexuales de las personas, especialmente las más jóvenes. El alto consumo de pornografía normaliza prácticas que muchas veces los chicos exigen a las chicas. Pero una vez más, la clave es preparar tanto a mujeres como a hombres para entender que el sexo va de acuerdos y de disfrute común. Que nadie está obligado a hacer algo que no quiera, y de la misma forma, nadie debe ni puede imponer determinadas prácticas. Y menos hacer presión.

Cuando se habla de sexo anal es fácil caer en ese estereotipo de la dominación y de verlo como algo sucio. Una idea que en cierta manera retroalimenta el tabú a la hora de expresar los gustos sexuales o incluso tener curiosidad por practicarlos. Esta idea de que se está “dominando” no tiene que ver tanto con el porno como con la historia. Concretamente, con los romanos.

En la antigua Roma les era bastante igual si eras heterosexual u homosexual, porque lo que marcaba los roles de poder era la diferencia entre ser el activo o el pasivo. Ser el que penetra o el que es penetrado. Así pues, podías tener tanto sexo con hombres como con mujeres. El acto de penetrar era visto como una reafirmación de poder, mientras que el que era penetrado, era el sumiso. En Roma el sexo iba más de poder que no de placer.

Esta concepción de “ser penetrado” es la que no solo servía para reafirmar esa imagen de la mujer como ser inferior al hombre, sino también para asociar el sexo anal a algo degradante. Pues la persona, ya fuera hombre o mujer, si era penetrado se le consideraba en una posición inferior de poder.

De los polvos romanos, nos encontramos con los lodos de Twitter donde se pretende quitar carnets de feminista a las mujeres que expresen abiertamente que les guste el sexo anal. Reafirmando una vez más el tabú sobre esta práctica y retroalimentado esa idea de inferioridad por el simple hecho de ser penetrado. Es mucho más revolucionario (y feminista) intentar eliminar este sesgo que vetar determinadas prácticas por un prejuicio que es de antes de Cristo.