Marcos Dosantos, de 27 años, creció en unos años noventa en los que ser homosexual en España significaba arriesgarse a ser repudiado o a sentirse diferente para toda la vida. A pesar de que con el tiempo el colectivo LGTBI empezó a tener unos derechos que jamás había disfrutado, todas las discriminaciones de las que fue testigo y los insultos sufridos en el instituto, ya habían calado demasiado en él. No podía evitar sentir un inexplicable miedo a salir del armario ante sus padres. Aunque nunca habían mostrado ningún rechazo hacia las formas de amar 'no convencionales', todo lo vivido le hizo creer que si conocían su verdad, acabarían apartándole de sus vidas.
Marcos es una de las muchas personas LGTBI que antes de salir del armario frente a sus padres pensaba que estos reaccionarían con aversión sin que antes les hubiesen dado ningún motivo. Una idea que según el psicólogo especializado en LGTBI, antes de salir del armario, se debe a que “muchos tienen un miedo basado en la homofobia que existe socialmente y que, por tanto, les hace olvidar que actualmente la mayoría de padres aceptan a sus hijos sin importarles cual es su orientación sexual". En este sentido, el experto explica que "no se basan en la razón, sino en la emoción que genera este miedo interiorizado” y que, precisamente por eso, ha privado a demasiadas personas de "mostrar su verdad" a sus allegados durante años.
Destruir el miedo
Sara Vera, de 19 años, también tuvo a los miedos como fieles compañeros antes de atreverse a dar el paso. Pero su pavor era diferente al de Marcos. "No sentía que no me aceptarían, sino que empezarían a verme diferente, pensarían que les había estado engañando durante años o que se decepcionarían por no haber escogido el modelo de vida que ellos me habían enseñado —padre, madre e hijos—", cuenta la joven canaria dejando claro que se trata de un esquema familiar que se nos ha impuesto desde siempre aunque muchos aspiremos a alcanzar otro que rompe con el orden establecido.
El día que Sara se atrevió a dar el paso, se percató de que había pasado años equivocada. Aunque su madre le reconoció que nunca se había imaginado que podría ser lesbiana, abrazó esa revelación diciéndole que lo único que le importaba era que fuese feliz. “Me dijo: ‘me da igual que tengas una pareja chico o chica mientras puedas darme nietos’, creo que su humor me liberó y me hizo darme cuenta de que el miedo solo lo creamos nosotros”, cuenta Sara al recordar una reacción que en casa de Marcos también fue positiva, aunque con percepciones dispares.
Mientras su padre estuvo siempre lejos de concebir que a Marcos le gustaban los chicos, su madre tenía una corazonada desde hacía años. Algo que, según Ortega, se puede deber a que “en la educación que reciben las mujeres suele destacar más la parte emocional y la empatía, por lo que son más receptivas a las emociones del entorno”. Pero al recordar que no siempre es la madre la que se percata antes de la sexualidad de los hijos, no puede evitar insistir que "más que una cuestión de género, es una cuestión del grado de implicación en la educación del hijo. Esta no solo consiste en asegurarse que aprueba los exámenes y que va al colegio, sino también en observar su evolución emocional”. O, lo que es lo mismo, en detectar qué amigos o conocidos le hacen perder la cabeza cuando empieza a tener edad para amar y sentir.
Lo que supone la liberación
Antes de desnudarse emocionalmente delante de sus padres, Marcos tuvo que sentir rabia hacia sí mismo y, al mismo tiempo, darse cuenta de que si no mostraba lo que sentía, jamás sería feliz. Así que cuando reveló a los 18 años el secreto que había escondido durante toda su vida, le invadió una placentera sensación de alivio. Después llegó una liberación que jamás había experimentado. “A partir de ahí me vine arriba. Salí del armario con todos mis allegados sin importarme las consecuencias y, a los tres meses, me fui a Madrid, donde entré en un colectivo LGTBI, empecé a ir a manifestaciones y a ir al orgullo”, recuerda Marcos reivindicando una actitud empoderadora que, según el experto, es fruto de que sus padres aceptaron su sexualidad.
"Esto hace que uno se enfrente de forma más positiva a otras situaciones, especialmente a las relacionadas con la orientación sexual. También ayuda a que haya una mayor aceptación propia y a tener más facultades para enfrentarse a futuros miedos", detalla Ortega que, al mismo tiempo, no puede evitar creer que aún tenemos que recorrer un largo camino para las personas LGTBI dejen de tener miedo a salir del armario ante sus padres. Porque no hay duda de que el cambio no se materializará hasta que no se nos eduque en base a la diversidad, hasta que la heterosexualidad pase a ser solo una de las posibles opciones entre muchas posibles. De lo contrario, nunca viviremos en un mundo en el que nadie deba avergonzarse de sus sentimientos, en el que nadie sienta miedo de decir a quien ama.