Verano, ese maldito fabricante de rupturas amorosas

Porque el verano, para el individuo milenial abrazado a la monogamia romántica, representa el peligro definitivo contra su felicidad conyugal.

Tras un largo invierno, asoma el verano en las mentes y termómetros del hemisferio norte. El anhelo de liberación y caipiroskas de sandía provoca una migración apoteósica hacia las orillas más cristalinas y melómanas de la geografía. Es, para la gran mayoría de homus milenialus supervivientes, la época cumbre de apareamiento. Las pieles colmadas de melanina, los cuerpos destensados y los rostros alegres delatan un periodo exento de responsabilidades y problemas. O al menos para aquellos que permanecen en estado de soltería salvaje. Porque el verano, para el individuo milenial abrazado a la monogamia romántica, representa el peligro definitivo contra su felicidad conyugal.

Así es. Cada año, con fatídica puntualidad, el otoño se cobra las víctimas mortales de ese maremoto emocional que suponen las vacaciones de verano para las relaciones sentimentales. Una época lucrativa para abogados matrimoniales -cuando toda esperanza ha muerto- y para psicólogos de pareja -cuando aún persiste el ánimo de lucha, a pesar de los desastres del maldito veranito-. Una época de lágrimas y rupturas que, si bien atiende a múltiples razones, responde principalmente a dos fenómenos propios del bochorno estival: la infidelidad y la discusión.

La infidelidad es tan antigua como la propia monogamia: siempre ha estado ahí, amenazando la tranquilidad de las cucharitas de pareja. Sin embargo, el verano siempre se revela como el ecosistema perfecto para la proliferación de las traiciones ‘sexoamorosas’. Quizá sea el abandono de la rutina, que trae una sensación de libertad olvidada. Quizá sea la relajación, que invita a infravalorar la importancia de las cosas. Quizá sea la presencia casi constante de etanol en sangre. O quizá sea el aumento de ejemplares sexuales en el mercado. Lo más probable, no obstante, es que se trate de una mezcla de todo ello y de mucho más.

Sea como sea, la hipótesis se convierte en hecho cuando los datos hablan. Según datos revelados recientemente por Second Love, red social de ligoteo para entes comprometidos, las búsquedas en su web aumentan hasta un 35% durante el verano. La discusión, por otro lado, también es un mal endémico de cualquier pareja. Horas y horas de morros, ideas cíclicas y cabezonería egocentrista que brotan súbitamente a lo largo del invierno.

Con el optimismo por bandera, los zagales culpan al estrés, la falta de tiempo y la escasez de vida social de tantísima pelea absurda. Pero, como asegura el sexólogo José Bustamante, "las vacaciones traen consigo más tiempo juntos, sin rutina, lo que requiere mayor negociación". Esto junto a las expectativas de estar permanentemente alegres, cual actores de anuncio veraniego, provocan muchos más conflictos.

Que si no me apetece asistir a esa jam session en mitad del monte. Que si le has puesto ojitos a ese alemán de metro noventa y six pack garantizado. Que si menudo aburrimiento de tarde. Que si esto no es lo que esperaba cuando dijimos de venir aquí. Que si yo antes no era así. Reproches que se suceden como consecuencia de culpar al otro del incumplimiento de todas esas expectativas que fueron naciendo durante los meses de cautiverio laboral. Y, en este plan, aumentan las opciones de que brote aquella vieja pregunta: ¿sería más feliz con otra persona? De esta manera, ambas armas destructoras del verano, infidelidad y discusiones, se comunican.

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De todas formas, y más allá de la magnitud del maremoto veraniego, lo verdaderamente importante es la resistencia del ‘edificio parejil’. Mientras que para algunas parejas los veranos están contados, para otras no existe sol suficiente que pueda derrotarlas. La comunicación, como siempre, es transcendental. Pero también lo es, según el psicoanalista Florencio Moneo, la actividad sexual, ya que “propicia la complicidad y reduce de manera drástica las tensiones”. Y es que follar es, posiblemente, la ocupación favorita del homus milenialus. Y en un periodo de alto apetito sexual, de contemplar a los feligreses de la soltería entregarse al apareamiento, la abstinencia o pobreza sexual solo puede traer frustración y malos rollos.

Así que ya lo sabes. Si observas a un milenial monógamo caminar con semblante mustio por la playa o arrastrarse por una discoteca, no lo dudes y grita bien fuerte: ¡habla con tu pareja! ¡fóllate a tu pareja!