El único amor que tiene que ser para toda la vida es el amor propio

En las relaciones de pareja, lo de 'hasta que la muerte os separe' es una soberana estupidez

El daño que nos han hecho el amor romántico y los cuentos de Disney a estas alturas ya está más que probado. Pero por el mundo siguen habiendo demasiadas de sus víctimas que creen que tienen que encontrar su media naranja, que el destino les pondrá en el camino alguien que les complemente y que esa relación tiene que durar hasta que la muerte les separe. Así que, mientras anden sueltos estos pobres desorientados, nosotros tendremos que seguir argumentando, por activa y por pasiva, que el amor para siempre es una falacia como una casa y que lo que tenemos que cultivar todos es el amor propio, porque eso sí que lo tenemos abandonado.

Por supuesto que toda la vida vamos a necesitar amar y ser amados, pero la gran mentira que se nos ha transmitido de manera más o menos sutil a través de películas, libros, medios de comunicación... es que ese amor tiene que ser de pareja, a ser posible heteorsexual y siempre la misma persona. De hecho, una de las condiciones del 'éxito en la vida', supuestamente es encontrar a LA PERSONA y que, cuando eso suceda todo empeazará a funcionar bien, a encajar y fluir. Al principio parece que es así, porque en la primera fase de cualquier relación la bomba de hormonas del enamoramiento nos tiene drogados y cegados en esa imagen idílica e inexistente que nos hemos montado de la persona que tenemos en frente. 

Los cuidados que necesita una relación

Pero las relaciones de pareja que duran en el tiempo necesitan trabajo, dedicación y mucha atención. En cambio, como nos han dicho que igualmente serán para toda la vida, las lanzamos a la deriva y esperamos que funcionen por arte de magia. Cuando en realidad tendríamos que estar cuidándola y regándola como si fuera una planta, a la que hay que quitarle las malas hierbas, cambiarle la tierra de vez en cuando y tomando soluciones drásticas cuando aparecen plagas. Porque, por muy bonita y resistente que haya podido llegar a ser, para evitar que se deteriore o se muera, hay que meterle trabajo.

Aún así, una persona a lo largo de su vida, está en constante evolución, van cambiando prioridades, necesidades y gustos. Hay veces que parece que todo está estable y de repente, ocurre algo gordo, la muerte de una persona querida, un despido inesperado o cualquier otra experiencia que nos mete en duelos y terremotos emocionales. Es como si de repente tu vida entrara en una coctelera en la que da muchas vueltas y cuando al final se para, te encuentras que todo está en un sitio diferente, o sigue igual pero tú ya no eres la misma persona y tienes que adaptarte a eso para poder seguir adelante. Puede que después de salir de esa coctelera mires a la persona que tienes a tu lado y que ya no encaje contigo o en tu proyecto de vida.  

Otras veces no es que haya pasado nada significativo, sino que la acumulación de momentos malos, de emociones naturales en las relaciones como la rabia o la tristeza, pasan de ser pequeños momentos de tensión que se dan en todas las relaciones humanas, a guerras interminables en las que los dos salís agotados y sin sacar nada en claro.

En busca del amor propio

Por eso hay personas que tiene pocas relaciones de pareja, o incluso están con una sola persona con la que recorren todas las etapas de su vida conociéndose de una forma profunda y eso es lo mejor para ellas. Pero hay otras que se sienten más cómodas recorriendo el camino con diferentes personas. No estamos hablando de relaciones superficiales en las que cuando empieza a haber dificultades se abandona el barco, sino la necesidad de enriquecer tu vida con otras formas de ver la vida e interpretar la realidad.

La pareja siempre va a ser un espejo en el que nos vemos reflejados. Así que da igual en cuántos espejos te mires porque te devolverán la misma imagen. Te resaltarán unas u otras partes de ti mismo, pero la pareja no deja de ser una de las formas más potentes de crecimiento personal y cada relación es una oportunidad para trabajarse a uno mismo.

Dejar de creer en la idea clásica del amor para toda la vida no significa que cambiemos de pareja como de calcetines ni que nos recluyamos en un monasterio de clausura, sino que nos entreguemos al máximo, que vivamos cada día como si fuera el último y que, cuando llegue el fin, confiemos en que es lo mejor para ambos. El amor de tu vida eres tú mismo y esa es la relación que más debes cuidar tanto estando solo como en pareja. Porque, si no te quieres, serás incapaz de querer a nadie más por mucho que lo intentes y serás miserable para siempre.