Crédito de la Imagen: Sam Hodge
Bueno, no, en la práctica, no lo soy; pero podría haberlo sido. Del mismo modo que tú podrías haberlo sido o puedes serlo algún día. Porque más de uno de los que han dicho de este agua no beberé han acabado ahogándose en sus palabras. Y también los villanos merecen compasión, ¿no?
Porque enamorarse del novio de tu mejor amiga es una de las mayores encrucijadas que a uno se le puede poner delante. Porque lo último que a alguien le importarán serán tus sentimientos. Tu corazón y tu mente desangrándose por dentro le darán igual a todo el mundo. Porque serás una arpía, el peor ser que ha pisado la Tierra. LA traidora o EL monstruo.

Así que emplearás la mayor parte de tu tiempo dando explicaciones, si es que para ese momento te queda alguna amiga con la que hablar. A tus sentimientos reprimidos y culpabilizadores tendrás que añadir la soledad y el desprecio. Por lo que en el momento en que un alma caritativa se digne a preguntarte a ti “¿cómo estás? ¿cómo ha podido ocurrir esto?” en ese momento, solo podrás empezar a llorar y te entrará un hipo horrible que te impedirá hablar.
Tú eres la primera que no se lo perdona. Has estado meses negándote los sentimientos. Has escuchado todos los altos y bajos de tu amiga, la has ayudado a elegir regalos de reyes y has preparado con él fiestas sorpresa para ella. Porque lo primero son las amigas y tú eso lo tenías claro. Que nadie venga a darte lecciones.

Pero ha pasado. Aún no sabes cómo, pero ha pasado. Al principio te pareció ridículo encontrarte alguna que otra vez pensando en él. Pensabas que tu amiga era la más afortunada. Tú eras la de la mala suerte, la del chico siempre equivocado, la que lo echaba todo a perder a los tres o cuatro meses. Pero claro, cómo no echarlo a perder, porque ellos no eran como el novio de tu amiga.
Si fueran tan atentos, tan simpáticos, si pusieran tanta pasión en todo lo que hacen como él, entonces no se habría acabado tan pronto. Pero ellos no son él y tú no eres tu amiga, así que continuaste sintiendo amargura en cada cena conjunta, poniendo cara de póker con cada sorpresa que ella te narraba. Ese era tu rol. Lo sabías. Lo asumías.
Hasta que un día ya no pudiste más. Un día empezó a ser demasiado no dormir y no comer y querer evitarlos a toda costa y que te temblaran las piernas cada vez que os reuníais. Y te juraste y perjuraste que eso no podía ser, que tú nunca le harías eso ni a ella ni a él. Sobre todo a ella. Porque habéis compartido más cosas de las que puedan contarse. E intentaste una vez más olvidarlo y alejarte.

Pero la distancia es demasiado extraña entre vosotros, así que ella te llama y pregunta. Y tú solo puedes negar y escabullirte hasta que un día ya no puedes más, lloras y confiesas. Y ella al principio no entiende nada. Hasta que lo entiende todo y solo puede empezar a odiarte. Y tú ya lo sabías. Sabías todo antes de que ocurriera y aun así no has podido evitarlo. Porque no es que tus ligues no fueran como él, es que no eran él.
Y eso te mataba por dentro de un modo que nadie que os conozca ahora a ambas podrá entender. Porque todos esos discursos de que en el amor no se ha de juzgar no sirven para nada. A ti te juzgan todos. Así que tu vida continúa sola, apartada. Porque eres la traidora, aunque nunca, pero jamás, habrías permitido que él la traicionara contigo. Porque las amigas no están para eso.