Cuando estás rozando la treintena y sigues soltera, las reuniones familiares generan cierto pavor. Porque sabes con una certeza absoluta que te van a llover las preguntas de rigor "¿y sigues soltera?", "¿y para cuándo un novio?", por lo general apostilladas por tres de las oraciones más terroríficas del idioma español "¡que se te va a pasar el arroz!", "te vas a quedar para vestir santos" o "aprovecha ahora que todo se cae".
Porque nuestra sociedad habrá avanzado, pero cuando se trata de relaciones personales y, sobre todo, de mujeres solteras, en toda familia alguien cumple el papel de gañán medieval. Ese papel puede repartirse o puede turnarse, pero no puede faltar en la sobremesa. Porque sigue resultando "raro" que una mujer de treinta años no tenga pareja. Porque una mujer de treinta años debería tener una vida estable signifique eso lo que signifique y debería haber sentado la cabeza. Y parece que las cabezas sólo pueden sentarse en el hombro de alguien que reciba el nombre de novio.

A mí me resulta muy difícil explicar, porque por lo visto es algo muy raro, que no sólo no tengo pareja sino que, hoy por hoy, tampoco tengo demasiado interés en tenerla. Que no es que no quiera, que no es que no tenga opciones de vez en cuando, sino que por el momento no he encontrado a nadie que me entusiasme lo suficiente como para alterar mi forma de vida.
No sé cómo decirles, porque a lo mejor parece, qué sé yo, soberbio, que me encanta mi vida. Que me gusta mi trabajo, que me gusta mi día a día, y que nunca me falta contacto humano cuando lo necesito. Que tengo amigos que me adoran y a los que adoro. Que he tenido pareja y que sí, que he vivido cosas preciosas, pero que no tengo en ningún momento la sensación de que me falte algo por no tener alguien en casa cuando abro la puerta. Que no me falta alguien a quien llamar para contar mi día. Que nunca he echado en falta un abrazo.

Que he necesitado estar soltera para aprender a ser libre. Y que, gracias a mi soltería, la próxima vez que ame, podré hacerlo mejor. Porque, gracias a mi soltería, he aprendido a estar sola y a estar completa y a aceptarme con mis pequeñas y grandes miserias y, por eso, podré querer las miserias del otro.
Y, lo más importante de todo, me encantaría decirles que he aprendido que si no hay próxima vez, seré feliz igual. Que no supone un fracaso. Que no me asusta. No me asusta estar sola. Me siento querida a diario. Me encanta mi vida tal y como es.
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