Te Seguí Una Vez Y Lo Volvería A Hacer

Decidí seguirte una tarde de invierno. Teníamos una vida sin precipicios, con héroes disfrazados de amigos y un trabajo del que sentirnos orgullosos. 

Decidí seguirte una tarde de invierno. Teníamos una vida sin precipicios, con héroes disfrazados de amigos, trabajos de los que hablas con orgullo si alguien te pregunta y una familia a la que visitar varios fines de semana al mes para que nos empacharan de consejos con sello parental y torrijas cargadas de cariño.

Éramos tan felices como jóvenes. 

Teníamos más ilusiones que cicatrices. Con los malentendidos propios de aquel que abarca a más planes de los que puede, con discusiones de primero de pareja que se arreglaban con un roce de mejilla y una tarde de películas. Teníamos tanta libertad que la regalábamos. 

Tuvimos muchos suspiros y algún que otro encontronazo, como aquel que a punto estuvo de convertirse en guerra y que nos dejó unos meses de tregua para buscar en otras bocas nuestros besos. El mismo que nos empujó hacia el equilibrio, el que nos hizo expertos en reconciliaciones. Bendito anticiclón. La de verdades que nos taladraron en esos meses.

En medio de ese cielo en reconstrucción me propusiste un plan. Uno que incluía alejarme de la familia elegida, perdernos todas las ocasiones de copas con champagne y decirle a mis proyectos que nos veríamos en otra etapa de la vida.

Las dudas a mí ni me rozaron. Ignoré a todos los ilusos que me plantearon el “no puedes dejar tu vida por seguir a otra persona”. Rechacé sus hipótesis de ese mundo cruel que me encontraría si nuestra aventura no salía bien. Me opuse a los anti-consejos, a los augurios de la lista interminable de desventajas que me esperaban yéndome a vivir a miles de km por una oportunidad que no era mía. Aposté por alguien. Consideré a los grandes olvidados de los comentaristas: asegurarse de la no-dependencia hacia nadie y recordar, cada maldita mañana, que si algo no sale bien nunca es tarde para empezar de cero. 

Supe entonces -y aún hoy me persigue esa lección- que la libertad en el amor es el único camino. Encontrar un compañero de vida y tener la oportunidad de disfrutar de una relación sana. Celebrar que no le necesitas sino que le quieres. Que el “hoy por ti y mañana por mí” sea una ley impuesta. Arriesgar por los retos y no por la cotidianidad. En eso consiste crecer como pareja. 

El fracaso siempre puede aparecer. Un día la magia puede mudarse y dejarnos llenos de latidos fríos. Sin embargo, la prueba continua que ha supuesto la aventura de empezar de cero genera una unión inexplicable. Compartir las sensaciones de no entender, de ser diferente, de saberte nostálgico cuando “los de siempre” se reúnen. Acompañar las alegrías, incitar las esperanzas o repartir ternura indiscriminadamente, hacen que se cree una complicidad de hierro.

Cuando el silencio nos abraza siempre llegan las preguntas: qué hubiera pasado si la situación hubiera sido al contrario, cómo se mide el sacrificio por amor, quién decide qué había que hacer para que todo saliera bien. No existe la respuesta correcta, sólo existen las apuestas por lo que uno cree.

Ojalá sólo me arrepienta de no haberte encontrado antes; ojalá pasen 10 años y siga pudiendo mirarte y decir, como hago ahora, “te seguí una vez y lo volvería a hacer”.

 

Créditos de imagen: Murad Osmann